La muerte de José Pedro Pérez-Llorca me ha llenado de melancolía
¡Mis queridos palomiteros! La muerte de Pérez-Llorca me ha llenado de melancolía. También fue un hombre de cine. Uno de los siete magníficos. Sólo dos de aquella época dura le sobreviven: Miguel Herrero de Miñón y Miquel Roca Junyent. Se nos ha ido a los 78 años.
Le entrevisté hace tres lustros, a mis tempranos 27 años, como diría Antonio Machado, con motivo de las bodas de plata de La Carta Magna. Y la entrevista fue fascinante.
Me recibió en una de las imponentes salas de juntas del bufete de abogados que tenía en la calle de Velázquez, en Madrid. Recuerdo la inmensidad, casi infinitud, de la mesa en la que nos vimos las caras por primera vez, donde don José Pedro dejó que yo la presidiera. Aunque allí la única voz imponente era la de él.
Vestía un traje beige claro y usaba gafas de pasta negras de montura fina. Don José Pedro era un tipo realmente interesante, moderno, atrevido, con una visión original sobre la cultura y la política españolas. Estaba claro que no podía desprenderse de su formación diplomática ni de su condición de ex-ministro. Además gozaba de esa voz de la experiencia que los sabios no consiguen acallar. Se expresaba en voz baja, con desparpajo, y no conseguía desligarse ni de su ironía ni de su deje andaluz. Y por ahí es por donde mejor encajamos.
La muerte de Pérez-Llorca me ha llenado de melancolía, es la muerte de una España ilustre
Hablamos de todo, del aborto -consideraba que la Constitución era antiabortista-, de la Iglesia, del Ejército, de cine. Y de aquellos miembros que ennoblecieron el ambiente de esa nueva España y que ayudaron a dar forma y luz a La Carta Magna, por ejemplo, del rey Juan Carlos I, de Adolfo Suárez, de Santiago Carrillo. También de esa ETA que mataba porque sí, y a menudo que España crecía, asesinaba más. Y con especial emoción, por cierto, don José Pedro elogiaba las virtudes de Fernando Abril Martorell…
La muerte de don José Pedro Pérez-Llorca es la muerte de una España ilustre, la de la Transición, cuando nuestros padres eran jóvenes y tenían ilusiones, antes de que la corrupción chapara de pesimismo nuestra vida política. Eran tiempos diferentes, eran tiempos en los que no había tiempo para perder el tiempo. Como ahora.
Muchas gracias, don José Pedro, aunque se nos olvidó un selfie. DEP