Jesús Arbués recuerda que todos los días duele Ainielle en su elocuente pieza teatral ‘La lluvia amarilla’
¡Mis queridos palomiteros! ‘La lluvia amarilla’: Jesús Arbués recuerda que todos los días duele Ainielle. Hasta el 12 de diciembre de 2021 puede disfrutarse este esforzado ejercicio actoral -dinámico, con hallazgos interesantes bien resueltos en su puesta en escena, y muy bien interpretado-, que se celebra en la Sala Margarita Xirgu del Teatro Español de Madrid.
Para la ocasión, el director teatral oscense y académico de las Artes Escénicas de España, Jesús Arbués (53), dirige y adapta La lluvia amarilla (1988), novela homónima del poeta leonés Julio Llamazares (66), que fue finalista del Premio Nacional de Literatura con este trabajo. También lo fue en 1985 cuando publicó Luna de lobos (1985), por cierto llevada al cine dos años después por Julio Sánchez Valdés.
‘La lluvia amarilla’: Jesús Arbués recuerda que todos los días duele Ainielle
La esencia de La lluvia amarilla se podría sintetizar con este fragmento teatral: “Los días eran largos, perezosos, y la tristeza y el silencio se abatían como aludes sobre Ainielle. Yo pasaba las horas vagando por las casas, recorría las cuadras y las habitaciones y, a veces, cuando el anochecer se prolongaba mansamente entre los árboles, encendía una hoguera con tablas y papeles y me sentaba en un portal a conversar con los fantasmas de sus antiguos habitantes”.
“Y ahora que la muerte ronda ya la puerta de este cuarto y el aire va tiñendo poco a poco mis ojos de amarillo, incluso me consuela pensar que están ahí, sentados junto al fuego, esperando el momento en que mi sombra se reúna para siempre con las suyas”.
En el caso que nos ocupa, el conjunto reflexiona con dureza sobre la pérdida, la infelicidad y el desencanto de Ainielle, a saber, la localidad española de Biescas, en la provincia de Huesca. Y del grito desgarrador de quien teme a la muerte y a la muerte en soledad, a causa de la emigración, la despoblación y el desarraigo. Es el gran problema de la España vaciada.
La lluvia amarilla reclama, por derecho propio, que no se pierda la memoria de los que allí estuvieron
Así las cosas, tal pueblo bien viene a ser el paradigma de otros en situaciones idénticas, donde La lluvia amarilla reclama, por derecho propio, que no se pierda la memoria de los que allí estuvieron. Con sus vidas y sus temores. La vida rural, a pesar de su desgaste, no debería disolverse. Hubo un tiempo que fue fértil, como la tierra de Tara que Escarlata O’Hara despreció a su padre… Hasta que Tara se convirtió en su tabla de salvación. Por entonces no había llantos, como en Ainielle. Pero, claro, la vida sigue, el mundo se occidentaliza cada vez más y el pueblo, sin embargo, se queda atascado. ¡Qué ingrata es la existencia!
Para entrar al drama, nos topamos con Andrés (Ricardo Joven), un anciano que sobrevive solo rodeado de los fantasmas que habitan en su interior: el resentimiento, la impotencia, la hosquedad. Y otros más graves. Motivos no le faltan. Las circunstancias no se lo han puesto fácil. Cuando él ya no esté, Ainielle desaparecerá del mapa. Es un superviviente, un héroe en el ocaso de su existencia gris. Esa angustia le está ahogando por dentro. Todo lo tiene previsto. Hasta su sepultura en el campo.
Ricardo Joven y Alicia Montesquiu son dos grandes actores de raza que han dejado bien alto el pabellón interpretativo
Junto a él está Sabina. Es dulce, sensible, bondadosa. Una mujer que se hace querer (Alicia Montesquiu). Casi todo lo contrario que Andrés. Ambos van reconstruyendo su historia, que en realidad, son las del pueblo que les ha visto crecer. Con especial atención a la importancia de la compañía, del amor, de los recuerdos que un día tejieron su idiosincrasia…, escenificados sin prisas.
En cuanto al apartado técnico, resulta muy apropiada la voz en off, la recreación de las videoescenas -tan esenciales como un personaje más-, el espacio escénico y sonoro, por lo que no se echa en falta mobiliario.
Sólido drama de muchas aristas fuerza a que el espectador se mire más adentro
La atmósfera está muy bien armada, así como la estructura del montaje y el intenso y esforzado monólogo de Ricardo Joven, que pone los pelos de punta. Por lo mismo, al talento del primero se une el de su compañera Alicia Montesquiu, que hace las veces de narrador, de esposa, de conciencia colectiva, donde además deben subrayarse sus cualidades para el canto. Ambos ataviados con ropa negra. ¿Podía ser de otra manera? Son dos grandes actores de raza que han dejado bien alto el pabellón interpretativo, especialmente acreditados por este trabajo.
Nos hallamos, pues, ante una excelente propuesta actoral –muy bien ajustada en la dirección de actores– y una gran adaptación -ideal arquitectura dramática- y dirección escénica de Jesús Arbués. Sólido drama de muchas aristas fuerza a que el espectador se mire más adentro. Imprescindible.