Entrevista al académico don José Luis González Subías, finalista de los premios ADE: “Lo que ofrece mayor inseguridad a nuestras vidas es la falta de cultura”
¡Mis queridos palomiteros! Entrevista al académico José Luis González Subías, finalista premios ADE. Recientemente he sido conocedor de los finalistas del Premio “Leandro Fernández de Moratín” para estudios teatrales 2021, otorgado por la prestigiosa Asociación de Directores de Escena, cuyo fallo se producirá el próximo 21 de marzo.
¡Y grata sorpresa la mía cuando entre ellos se encuentra el académico don José Luis González Subías! Como sabéis es una de las voces más autorizadas del teatro en España. Ha recibido tal honor por su esclarecedor trabajo literario La dramaturgia española durante el franquismo, publicado en Punto de Vista Editores. Su impresionante trayectoria profesional en los territorios de las artes escénicas hacía impensable que no estuviera entre los candidatos. He aquí solo una muestra.
Entrevista al académico José Luis González Subías, finalista premios ADE
Catedrático de Lengua y Literatura, escritor y estudioso del teatro, José Luis González Subías es doctor en Filología Hispánica y titulado superior en Arte Dramático por la RESAD. Especialista en teatro español del siglo XIX, al que ha dedicado el grueso de sus investigaciones y trabajos, ha impartido ponencias en decenas de congresos internacionales, y publicado cerca de un centenar de artículos y colaboraciones en revistas especializadas y obras colectivas.
Es autor asimismo de una docena de libros, entre los que se incluyen tanto ediciones de textos de García Gutiérrez, el duque de Rivas y Zorrilla, como un importante número de monografías dedicadas al teatro.
Recientes obras suyas son Literatura y escena. Una historia el teatro español (2019), prologada por José Luis Alonso de Santos, Los «clásicos» de los siglos XVIII y XIX en la escena española contemporánea (2019), La dramaturgia española durante el franquismo (2020) e Imprentas y teatro. Un viaje a la vida cultural extremeña del siglo XIX (2021). De estas dos últimas obras, por cierto, ya he dado cuenta desde estas pantallas.
Vistos los mimbres, hubiera resultado una torpeza no conocerle un poco más. Por fortuna he podido hablar con él, y estas son sus respuestas.
¿Cómo fueron sus inicios profesionales hasta llegar al teatro?
Llegué al teatro muy pronto, aunque confieso que por casualidad. Allá por 1982, pretendía matricularme en el conservatorio de Madrid, sito en el mismo edificio que la RESAD; y, al ver la fila inmensa de candidatos con la misma intención, que rodeaba el Teatro Real, desistí de mis propósitos.
Pero me detuve al contemplar el letrero de la Real Escuela Superior de Arte Dramático, que evocó en mí no sé qué extrañas sensaciones que me impulsaron a inscribirme en algo en lo que hasta entonces confieso nunca había pensado. Salvo las sesiones semanales de teatro en Estudio 1, que tanto me aportaron sin que yo lo supiera, mi contacto con el arte de la escena había sido hasta entonces nulo. Debo añadir, en mi descargo, que en aquel momento yo era muy joven y mi entorno familiar se hallaba muy lejos de aquel mundo, y de la vida artística y cultural en general.
Lo cierto es que realicé las pruebas de acceso, me eligieron y nació así mi amor al teatro, del que no me he alejado desde entonces, si bien, recorriendo un camino muy peculiar y distinto al de los profesionales de la escena propiamente dichos; podríamos decir, más “académico”.
¿Cómo recibió la noticia de la candidatura a los premios ADE? ¿Qué persona ha venido a su mente primero?
Jamás habría pensado algo así. Al menos, no me imaginaba que pudiera ocurrirme ahora mismo. Tras muchos años dedicado al estudio y la investigación del teatro, la mayor parte de mi vida en torno a la escena romántica y decimonónica, y más tarde adentrándome en la dramaturgia contemporánea (la publicación, en 2019, de Literatura y escena. Una historia del teatro español, fue definitiva en el nuevo rumbo de mi vida profesional), decidí aplicar mis conocimientos y experiencia al análisis y difusión de la escena viva, con el inicio de mi blog teatral La última bambalina, en 2017.
El resultado de todo esto parece haberse traducido en la nominación como finalista para un premio, el “Leandro Fernández de Moratín” de estudios teatrales, promovido nada menos que por la Asociación de Directores de Escena, que supone para mí el reconocimiento de una profesión teatral que valora de este modo mi trabajo y, en cierta medida, me acoge como uno de los suyos. Es como si, de alguna manera, hubiera regresado a casa, con los míos.
“El teatro no puede prescindir de nadie; nos necesita a todos”
Respecto a la segunda de sus preguntas, me va a permitir ser poco correcto, pues confieso que la primera persona que acudió a mi mente fui yo mismo. Toda mi vida transcurrió en un instante, y volví a verme en la plaza de Ópera, en mis clases en la RESAD, junto a mis compañeros de estudios; contemplé a mis maestros Adela Escartín y Pepe Estruch, y sentí que me sonreían y aceptaban desde la distancia, al igual que el resto de mis profesores y condiscípulos.
¿Qué motivó su participación en tan prestigiosos premios?
La verdad es que estos premios no funcionan así; los elegidos no presentan sus obras, sino que los eligen por una publicación determinada. Sin más, y sin que sepa quién ni quiénes fueron las personas que pensaron en mí y me juzgaron digno de tal reconocimiento, recibí la noticia de mi nominación una mañana, por mi libro La dramaturgia española durante el franquismo (Madrid, Punto de Vista Editores, 2020). Fue una maravillosa sorpresa que aún me cuesta creer.
¿A qué reto se enfrentó cuando escribió La dramaturgia española durante el franquismo?
No es un libro que naciera ex profeso. En realidad, su origen y confección se debe a un libro previo. Durante la elaboración del penúltimo capítulo de Literatura y escena. Una historia del teatro español (Madrid, Punto de Vista Editores, 2019), dedicado al teatro español durante el periodo franquista, me dejé llevar y me adentré tanto en su estudio que pronto descubrí que tenía material para un nuevo libro dedicado exclusivamente a este periodo.
Cuantas más obras leía de los autores que protagonizaron esta época más disfrutaba y aprendía con ellos. El libro se creó casi solo, de una manera natural y absolutamente placentera. Tan solo me preocupaba un poco la reacción que podría generar su publicación, pues me adentraba en un periodo cuya sola mención está cargada de connotaciones negativas.
¿Qué aporta su libro respecto a los del mismo género y temática?
Se trata de una visión nueva, distinta, respecto a la dramaturgia originada en este. Un acercamiento que pretende alejarse de cualquier prejuicio y abordar la literatura dramática de aquel tiempo y, por ende, la riqueza de su vida teatral, desde la posición de quien ama, simplemente y por encima de todo, el hecho escénico desde un punto de vista humano y artístico. Y le aseguro que en el teatro de aquella época, como en esta y en toda nuestra larga tradición teatral, hay mucho arte y mucha calidad humana. Al menos tanta como ahora.
¿Por qué es necesario ahondar en los autores de teatro de esa etapa?
Sería un grave error cultural y una injusticia histórica olvidar o menospreciar cuarenta años de teatro español, únicamente por prejuicios de carácter ideológico. Arrinconar y despreciar la obra de al menos dos generaciones de dramaturgos que constituyen la herencia natural del teatro previo, y el eslabón que conecta la dramaturgia del periodo democrático con nuestra tradición escénica de las primeras décadas del siglo XX y los siglos anteriores, carece de toda lógica y sensatez.
Añadiría incluso, de un mínimo de curiosidad y rigor intelectual. Es mucho lo que podríamos y deberíamos aprender de unos autores que lo sabían “todo” sobre el arte de la escena; al menos, todo lo que había que saber en ese momento. Frente a la idea de un erial creativo y un teatro fuertemente politizado, la realidad que muestran los textos es mucho más rica de lo que cabría esperar.
En los años sesenta, en España se había traducido, publicado y estrenado a Harold Pinter, a Prietsley ―a quienes conocía y admiraba, dicho sea de paso, Alfonso Paso―; también a Albee o a Frederick Knott; nombres de algunos de los autores teatrales de habla inglesa más importantes en aquel tiempo.
Las teorías del teatro de la crueldad artaudiano fueron puestas en práctica en esos años no solo por Alfonso Sastre, sino por el propio Alfonso Paso citado; como más tarde lo harían, a finales del franquismo, los dramaturgos representantes del “Nuevo teatro español”; y esta generación, al igual que Carlos Muñiz, llevó a sus obras el absurdismo trágico de Samuel Beckett, como lo había hecho con anterioridad, en los años cincuenta, Fernando Arrabal.
“Llevar el teatro a la enseñanza obligatoria contribuiría a crear nuevos públicos que garantizaran la subsistencia del teatro y las restantes artes escénicas”
Las técnicas distanciadoras del teatro épico brechtiano fueron empleadas por Edgar Neville, Alfonso Sastre o Jaime Salom; y la “pobreza” litúrgica del teatro de Grotowski se halla tras muchas de las creaciones de José Ruibal, Mediero y muchos autores cercanos al teatro independiente.
No es posible entender la “resurrección” del teatro español en el periodo democrático sin conocer la obra de los maestros que precedieron a las nuevas generaciones surgidas en los años ochenta y noventa del pasado siglo.
¿Qué ha aprendido con la experiencia? ¿Le ha reafirmado en algo?
Como es lógico, el paso del tiempo me ha permitido acumular eso precisamente, experiencia. Una experiencia que me ha hecho modificar algunos criterios, cambiar la perspectiva con que he ido observando las cosas; pero también me ha reafirmado en algunos gustos y aficiones, también ideas, de las que creo no puedo ya prescindir. Como lo son mi amor por los libros, la belleza, el refinamiento cultural y el teatro.
¿Qué es lo que más le gusta de su oficio?
Si por oficio se refiere a mi actividad como estudioso e investigador del teatro, que no es exactamente con lo que me he ganado la vida durante casi treinta años, debo decirle que me gusta todo; pero, sobre todo, las largas horas de trabajo callado y silencioso, en las que se para el tiempo, rodeado de libros y escuchando música medieval y renacentista, mientras escribo.
¿Cuándo se jubila un investigador teatral?
Mi respuesta es continuación lógica de la anterior: un investigador teatral ―al menos quien le habla, que ha realizado su actividad sin percibir pecunio alguno a cambio y dedicando, para desarrollarla, lo que para otros sería su tiempo de ocio― no se jubila, no puede jubilarse nunca mientras tenga capacidad para seguir investigando. Se trata de una necesidad vital; por lo tanto, desaparece con la propia vida, y viceversa.
“Me siento heredero y continuador de esa visión romántica del historiador literario y teatral decimonónico”
Si pudiera dar marcha atrás, ¿qué cambiaría?
Probablemente me habría obligado a apostar más por mi pasión, y habría persistido hasta lograr hacer de esta mi verdadera y única profesión, laboralmente hablando.
¿Cuál es su percepción sobre el teatro de nuestros días?
Me siento muy optimista con el actual panorama de las artes escénicas en nuestro país. El teatro ha vuelto a convertirse en objeto de interés social, y las salas, que son las que miden su vitalidad, reciben a un público cada vez mayor. De momento, creo que ahora mismo corren buenos tiempos para la actividad teatral.
¿Para qué sirve la fama o recibir un premio importante?
Supongo que la fama ―que nunca he conocido de cerca― sirve para dar mayor proyección a una persona, y por ende a sus acciones. En el caso concreto de un investigador y ensayista, grupo en el que modestamente podría llegar a incluirme, cualquier tipo de reconocimiento puede servir para que su obra y sus estudios tengan más difusión. Y, en ese sentido, los premios constituyen un buen espaldarazo, o al menos una palmadita afectuosa que te ayuda a seguir con renovado impulso.
¿De qué persona del teatro no podría prescindir?
El teatro, afortunadamente, no depende de un solo nombre; es una actividad que aglutina grandes equipos humanos en los que rebosa el talento y el amor por este arte. No sería capaz de decirle solo un nombre. Es más, el teatro no puede prescindir de nadie; nos necesita a todos. Y sobre todo a esa “persona” anónima que constituye el público.
¿Por qué aún oímos que la cultura no es segura?
Lo que ofrece mayor inseguridad a nuestras vidas es la falta de cultura. Voy todas las semanas al teatro y le aseguro que en pocos lugares me siento tan tranquilo, relajado y seguro como en estos pequeños templos donde se detiene el tiempo y la vida se ensancha.
¿Quiénes son sus referentes en los que se inspira su trabajo y a quiénes admira?
Siempre sentí un gran respeto y admiración por los numerosos estudios publicados a lo largo de todo el XIX, incluso en el pasado siglo, que sentaron las bases de nuestra historia teatral hoy conocida. La mayoría de ellos fruto de iniciativas particulares, que en ocasiones adquirieron dimensiones heroicas, nacidas del más acendrado amor a la cultura de un país al que pretendían honrar y ennoblecer con sus trabajos.
Me vienen a la mente los nombres de Julián Romea, Dionisio Hidalgo, José Subirats, Deleito y Piñuela, Narciso Díaz de Escovar, Ricardo Sepúlveda, José Yxart, Narciso Alonso Cortés, Federico Carlos Sainz de Robles y tantos otros…
En buena medida me siento heredero y continuador de esa visión romántica del historiador literario y teatral decimonónico, mantenida aún en las primeras décadas del siglo XX. Defensores de una tradición y un patrimonio cultural del que se sentían orgullosos, y que de algún modo reivindico asimismo en mis obras.
¿De qué manera se le puede dar más proyección a las Artes Escénicas?
Como le decía, creo que ahora mismo las artes escénicas viven un plácido momento; y a esto creo ha contribuido la proliferación de academias y escuelas de arte dramático repartidas por el país, que han nutrido a la profesión de savia nueva y de un elevado número de amantes del teatro dispuestos tanto a hacerlo como a disfrutar de él. Esa afición y conocimiento debe partir de las edades más tempranas posible; y, en ese sentido, considero que llevar el teatro a la enseñanza obligatoria contribuiría a crear nuevos públicos que garantizaran la subsistencia del teatro y las restantes artes escénicas.
¿Cuál es su mayor tesoro?
Iba responder, con total seguridad, que mi colección de obras teatrales del siglo XIX. Pero debo añadir que sin mi mujer ―sobre todo, ella― y sin mis amigos, quienes son para mí una segunda familia y el soporte anímico en el que mi vida se expresa, posiblemente los libros que me rodean dejarían de sonreírme; y yo de sonreír con ellos.