Ananda Segarra publica en Cult Books ‘Todos mis ayeres’, primera autobiografía en español del actor rumano Edward G. Robinson
¡Mis queridos palomiteros! ‘Todos mis ayeres’: Ananda Segarra revive en español a Edward Robinson.
Estamos recordando a una persona muy importante en la historia del cine y eso requiere de toda mi atención. Hoy nos vamos a referir al popular e icónico intérprete oriundo de Bucarest, Edward G. Robinson y a su autobiografía, Todos mis ayeres -ya en su segunda edición-, publicada en Cult Books -editorial de la que ya hemos informado desde este mismo espacio-, y por cuya traducción al español responde la joven escritora valenciana Ananda Segarra (Septiembre, 1985).
Licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Valencia, entre otros hallazgos, también se ha formado como actriz de doblaje a su paso por la escuela AC Estudis y en estos momentos se encuentra en un estado vital y de creatividad extraordinario, en pura efervescencia incluso. Culta, dialogante y apasionada por el cine en mayúsculas, Segarra aclara a este periodista que no existe ninguna otra biografía de nuestro mencionado protagonista ni en francés, ni en italiano, ni en alemán… ¡50 años después de su muerte!
El propio Edward G. Robinson agradece la publicación del ejemplar
No teniendo, pues, nada más que añadir, y puesto en comunicación con la autora, le cedo la palabra. Pasen, escuchen y lean.
‘Todos mis ayeres’: Ananda Segarra revive en español a Edward Robinson
El eterno nombre
Menashe ben Yeshayahu Moshe. Me gusta pronunciar estas palabras en hebreo. Me gusta traerlas al presente. Pues, sin advertirlo, al pronunciarlas hemos evocado el nombre de un actor digno de nuestros pensamientos: Edward G. Robinson. Cincuenta años han transcurrido desde la publicación de las memorias de un hombre que hacía su personal apuesta frente a la muerte. Un Robinson que, sabiéndose cerca del final, plasmó sobre el papel las vivencias de aquel muchacho nacido en Bucarest que cambió el púlpito de la sinagoga por el de los escenarios de Broadway; y, más tarde, por el de las pantallas de la fábrica de sueños. Medio siglo contempla ya el recuerdo de su último ayer.
Esto fue lo primero que pensé cuando All My Yesterdays llegó a mis manos. No había más versiones, sólo la del título evocando los versos de Macbeth en su original inglés. Las palabras de un apasionado políglota como Robinson habían quedado atrapadas por los confines de una frontera lingüística sin que nadie hubiera reparado en ello, sin que nadie hubiera puesto remedio. Corría el mismo año de los acontecimientos de la distopía futurista Soylent Green. Y la misma pregunta que en ella aquejaba a su personaje volvía a quedarse sin respuesta: «¿Cómo hemos llegado hasta aquí?». ¿Por qué nadie había traducido el relato de uno de los rostros más reconocibles de la industria?
Películas aclamadas como Perdición, Cayo Largo o Los diez mandamientos seguían acaparando páginas en libros y horas en la programación televisiva de todo el mundo, pero ninguna editorial del Viejo Continente había vuelto a apostar por la historia del célebre actor.
Fue así como aquella pulsión visceral en mi interior encontró una razón superior de ser. Era la oportunidad para reivindicar la desdibujada figura de Edward G. Robinson en el imaginario colectivo como la de un buen actor, eso sí, pero confinado injustamente en el recuerdo a papeles de reparto encarnando, casi de forma exclusiva, a tipos duros. Sed de escándalo, La bala mágica, El sol sale mañana, Todos eran mis hijos… y tantas otras atestiguaban lo contrario.
Pero All My Yesterdays no era solamente el reflejo de la estrella, era una ventana abierta al corazón de un hombre: Emanuel Goldenberg. Su compromiso con los derechos humanos mediante causas sociales y su papel como mecenas de las artes, más desconocidos para el gran público, resultaban tan fascinantes como su talento interpretativo.
Aquellos habían sido los tres pilares que cimentaron su vida. Ellos fueron el motivo para luchar, durante más de un año, hasta por fin encontrar a un editor que apadrinara su demorado rebautizo. Cult Books supo advertir la misma necesidad por traer al presente el nombre del actor cuya vida había sido, en palabras del guionista y coautor Leonard Spigelgass, «un desfile del propio siglo XX». Mas la verdadera recompensa de Todos mis ayeres vive en los lectores, pues en ellos reside la llama que mantiene incandescente el recuerdo, la admiración y el cariño por Edward G. Robinson. Es de este modo que espero unirme a ellos en un compartido clamor: «Eddie, donde quiera que estés, sigues siendo recordado, admirado y querido».