‘Guardianes del corazón de la tierra’: docudrama denso y sin ambición
¡Mis queridos palomiteros! ‘Guardianes del corazón de la tierra’: docudrama denso y sin ambición. Ayer vi en el Matadero, y más en concreto en Las Naves del Español, el documental de denuncia social Guardianes del corazón de la tierra, que según el programa de mano quiere ser un poema escénico sobre la relación entre el ser humano y la Tierra…
Se trata de una coproducción de La Conquesta del Pol Sud, La Villarroel, Teatro Español, Grec Festival de Barcelona 2023 y KVS. Con el apoyo de ICEC- Institut Català de les Empreses Culturals y la colaboración del Ayuntamiento de Terrassa y la Nau Ivanow.
La geografía es política. Txana Bane, de la comunidad Huni Kuin (“la gente de la tierra”, en su lengua) nació en el coro de la selva amazónica, nieto e hijo de destacados militantes en la lucha por los derechos indígenas. Bane es un “Txana”, alguien que “cura” a través de la música y las canciones sagradas. Su vida discurre entre Alemania, de donde es originaria su compañera, y la comunidad que han fundado juntos en el territorio Huni Kuin, a las orillas del río Tarauacá, en el estado de Acre.
‘Guardianes del corazón de la tierra’: docudrama denso y sin ambición
Bane es un puente viviente entre culturas que lucha en el campo del activismo ecológico y divulga la cultura milenaria de los Huni Kuin: una visión que parte de un vínculo muy poderoso con la Naturaleza y, en concreto, con la selva amazónica.
Siguiendo su línea de fusionar investigación periodística y escénica, La Conquesta de Pol Sud documenta el viaje de vuelta a sus orígenes de Txana Bane para confrontarnos con la visión del mundo de las culturas amazónicas, un enfoque de la relación entre el ser humano y la tierra bastante alejado del pensamiento occidental. Gabriela Olivera, una de las artistas que interviene en el montaje, acróbata y bailarina, será testigo sobre las relaciones entre capitalismo, colonialismo y la crisis ecológica global.
A pesar de su interesante, efectista y visual puesta en escena, más próxima a un buen ejercicio de plástica, que por cierto realiza un tratamiento elegante con efectos de tridimensionalidad de gran alcance, gracias a un afinado trabajo de videoescena, la densa y muy discursiva propuesta, exhibida en un espacio teatral donde su actores emplean micrófonos de mano, deja mucho que desear. Entre otras cosas, porque apenas hay un momento de interpretación.
Por no hablar, claro está, de lo deslavazado que está el libreto -por el que responden Carles Fernández Giua, Eugenio Szwarcer, Txana Bane y Gabriela Olivera–, los frecuentes desajustes sonoros, la falta de credibilidad de la narración, que no ofrece sorpresas ni estimula al respetable a pesar de la puntual música en directo que está descafeinada.
Si bien el tono y las intenciones de la denuncia y su reclamo para que alguien haga algo en la aislada amazonia brasileña funcionan, el espectáculo como concepto teatral no ofrece ninguna novedad. Es decir, la misma historia programada en un cine o en una televisión hubiese tenido el mismo efecto. A veces solo la buena voluntad no es suficiente.