Memoria y esperanza
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Ha comenzado el Adviento y con él llegan también algunos rituales muy queridos: sacamos los adornos del desván, se iluminan nuestras calles, comenzamos a pensar en la cena de Nochebuena, colocamos con primor las figuras de nuestros belenes. Todo eso es bueno, diría incluso que encantador. Pero en el fondo, sería muy pobre si el Adviento se redujese a la decoración que subimos del desván para embellecer nuestra atmósfera familiar y social durante un largo mes, para relegarla de nuevo a una caja de cartón y que todo permanezca como si nada hubiese pasado.
Por eso la Iglesia, que conoce bien nuestro corazón, nos provoca en el inicio de este tiempo con una pregunta: ¿quién soy yo, verdaderamente, ¿qué es lo que espero? En el credo profesamos que Aquel que viene es el Redentor del mundo, nuestro Dios hecho carne que viene a hacer nuevas todas las cosas, también nuestras vidas. El Adviento sólo tiene sentido si toca nuestra vida tal como es en realidad. Ayer escuchamos al profeta Isaías que partía de una constatación: nuestra vida no es como esperábamos, y surge la protesta: “¡Señor!, ¿por qué nos dejaste extraviados?”. Parece como si echáramos en cara a Dios la responsabilidad de nuestra frustración. Pero luego la protesta se transforma en petición: "¡Oh, si rasgaras los cielos y descendieras!" Esa oración es como el hilo de oro de toda la liturgia de Adviento. Lo que falta en nuestra vida no es alguna conquista, mejorar el carácter, conseguir que los demás nos traten bien. Lo que necesitamos es Dios mismo, su presencia. Nuestras heridas, nuestros fracasos y distracciones, son la ventana para que entre Jesús que viene.
Entonces las luces y los adornos no serán un mero decorado de circunstancias que luego se guarda hasta el próximo año. Son la expresión de un corazón que espera, más aún, que confía porque ya ha experimentado en su historia personal y colectiva la novedad que Cristo trae continuamente. Esa es la historia del cristianismo, ese es el testimonio que el mundo espera de los cristianos en este tiempo difícil y apasionante.