Misioneros de la misericordia

Misioneros de la misericordia

Agencia SIC

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Mons. Enrique Benavent El próximo domingo celebramos en la Iglesia universal el día del Domund, la jornada anual en la que de un modo especial los cristianos de todo el mundo recordamos a los misioneros, rezamos por ellos y colaboramos con nuestra aportación económica a las necesidades de las iglesias de los países donde están trabajando y entregando su vida al servicio del Evangelio.

Este año el Domund se enmarca en la celebración del año de la vida consagrada. Cuando contemplamos la realidad de las misiones en la Iglesia, tanto en los siglos pasados como en el momento actual, hemos de reconocer que sin la generosidad de tantas personas consagradas el Evangelio no se habría extendido tanto en nuestro mundo. De hecho, de los 26 misioneros y misioneras que han nacido en nuestra diócesis y que actualmente están trabajando en países de misión, excepto un sacerdote diocesano y tres laicos, todos los demás son religiosos o religiosas. Y si miramos la historia de nuestra iglesia diocesana, debemos agradecer los testimonios de santidad de algunos misioneros religiosos que entregaron su vida anunciando el Evangelio: Sant Pere Mártir Sans, de Ascó; Sant Francesc Gil de Frederic, de Tortosa; i el beato Jacinto Orfanell, nacido en la Jana. En el compromiso misionero, la vida consagrada ha dado siempre testimonio de entrega al Señor y de servicio al Evangelio. Y esto tiene una explicación: cuando mayor es la generosidad de alguien con el Señor, mayor es su entrega al servicio del Evangelio y en favor de los demás.

Se celebra también este año el 50 aniversario de la aprobación y promulgación del Decreto Ad gentes del Concilio Vaticano II, sobre la actividad misionera de la Iglesia. No debemos olvidar que el Concilio fue un momento de ilusión y un acontecimiento de gracia para toda la Iglesia. El decreto nos ayudó a caer en la cuenta de que el compromiso misionero no es únicamente cuestión de unos pocos cristianos que han decidido ir a países lejanos para dar a conocer a Cristo, sino que es algo en lo que debe implicarse toda la Iglesia: todos estamos llamados a colaborar en el anuncio del Evangelio, para que Cristo sea conocido y amado por todos los hombres. Tenemos la certeza de que si nuestro mundo ama más a Jesucristo será cada día más digno del hombre. El decreto suscitó en toda la Iglesia el entusiasmo por las misiones y el deseo de colaborar en la obra misionera de la Iglesia. Posiblemente esa ilusión ha decaído un poco en nuestros pueblos y ciudades. Pidamos al Señor que no decaiga en nuestras comunidades ese entusiasmo por el anuncio del Evangelio.

Convocados por el Papa Francisco, nos estamos preparando para la celebración del jubileo de la Misericordia. Anunciar el Evangelio es anunciar que Dios, en su Hijo Jesucristo, ha tenido misericordia de todos los hombres. El anuncio de la Buena Noticia de la Salvación, que es la mayor obra de misericordia, siempre va acompañada de los signos y las obras de misericordia hacia los más pobres. No hay ninguna de las 14 obras de misericordia que no esté presente en las misiones. Los misioneros posibilitan que la misericordia de Dios sea experimentada por los más pobres de nuestro mundo y lo hacen de la manera más generosa que podamos imaginar: entregando su vida. Ayudémosles con nuestra oración y con nuestra generosidad económica.

+ Enrique Benavent Vidal

Obispo de Tortosa

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