Críticas de los estrenos de cine del 26 de abril

Análisis de los estrenos de cine de esta semana: Jerónimo José Martín y Juan Orellana comentan “Iron Man 3”, “El ejercicio del poder”, “Ayer no termina nunca”, “Un gran equipo”, “Noche de vino y copas”, “La nostra vita”, “Emergo” y “Combustión”.

Iron Man 3

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Hace un año se estrenó la aclamada “Los Vengadores”, que ha recaudado más de mil quinientos millones de dólares en todo el mundo, convirtiéndose así en la película Disney más taquillera de la historia. Ahora, la poderosa compañía de Burbank intenta repetir ese éxito retomando la franquicia de Iron Man, el sarcástico superhéroe de la Marvel, que apareció por primera vez en las páginas de “Tales of Suspense” (nº 39) en 1963, y protagonizó su primer cómic —“El invencible Iron Man” (nº 1)— en mayo de 1968. En esta tercera entrega fílmica, el actor neoyorquino

—director de las dos películas anteriores— ha pasado a ser productor ejecutivo y actor secundario —da vida al entrañable guardaespaldas Happy Hogan—, y ha dejado su puesto tras la cámara al también estadounidense

, famoso como guionista de populares películas de acción —toda la saga “Arma letal”, “El último boy scout”, “El último gran héroe”, “Memoria letal”…—, y que ya debutó como director en 2005 con el violento y grosero thriller “Kiss Kiss, Bang Bang”.

Tony Stark (

.) sigue siendo un genio excéntrico, multimillonario y filántropo que, cuando es necesario, se enfunda una sofisticada armadura voladora y se transforma en el superhéroe Iron Man. Después de salvar Nueva York de la aniquilación, Tony es incapaz de dormir, y está atormentado y atemorizado por algo que sólo intuye. Quizás, la cosa se relacione con las inquietantes visitas a las Industrias Stark del prestigioso científico Dr. Aldrich Killian (

) y de su ayudante, Maya Hansen (

), que hace años mantuvo una relación con Tony. O quizás, la inquietud de Iron Man simplemente tenga que ver con El Mandarín (

), jefe de la siniestra organización terrorista conocida como Los Diez Anillos, de la que parecen provenir todos los actos de terrorismo extremo que asolan el mundo. Cuando Stark es violentamente atacado y su novia Pepper Potts (

) puesta en peligro, Tony deberá buscar, solo y sin medios, una manera de salvar al mundo y, en el proceso, de reencontrarse a sí mismo. Sólo podrá ayudarle el leal Comandante James Rhodes (

), ahora convertido en War Machine.

Shane Black tarda un poco en encontrar el ritmo de la trama y en equilibrar el habitual cóctel de acción trepidante y humor desatado, recurriendo incluso a algunos gags algo zafios. Pero, en cuanto ajusta ritmo y tono, y adquiere velocidad de crucero, ofrece a los aficionados al género un espectáculo enormemente entretenido, eficacísimo en sus constantes golpes de humor —atentos a Ben Kingsley—, apabullante en sus aparatosos efectos visuales, con varias secuencias de acción antológicas —ese espléndido rescate aéreo de los caídos del Air Force One…— y ciertos leves refuerzos dramáticos en torno a la perversión de la ciencia y al enriquecedor periplo vital y moral del protagonista. Un Iron Man que suaviza su cínica superficialidad —sobre todo tras su encuentro con un niño— y fortalece el sentido profundo de su vocación de superhéroe, limitado, como todos, y necesitado, también como todos, de la ayuda de los demás.

El Ministro de Transporte francés, Bertrand Saint-Jean (

), es despertado en plena noche por su Jefe de Gabinete

) y su Directora de Comunicación (

). Un autobús ha caído por un barranco, y hay unos cuantos muertos. Bertrand se dirige inmediatamente hacia el lugar del suceso. Comienza así la jornada de un político dedicado y eficaz, que ha sacrificado su felicidad y la de su familia supuestamente en aras del bien común. Pero, en realidad, gran parte de sus energías se consumen en mantener la velocidad en un mundo cada vez más complejo, comunicado y agresivo; en mantener su posición dentro del torbellino de las constantes luchas por el poder; en mantener su popularidad en plena crispación social por la crisis económica y por el rumor de una inminente privatización de las estaciones ferroviarias... ¿Cuánto aguantarán el cuerpo y el alma de este buen hombre?

Premio Fipresci en Cannes 2011, Premio a la mejor película 2012 del Sindicato de Críticos de Cine de Francia y ganadora de tres Premios César 2012 —mejor guión, sonido y actor de reparto (Michel Blanc)—, este drama político consolida la carrera del director y guionista francés

, que se dio a conocer con “Zéro défaut” y “Versalles”. En “El ejercicio del poder” repite un tono hiperrealista, cortante, descarnado en sus diálogos y en su crudo tratamiento del sexo. Su intención es sumergir al espectador en el opresivo submundo de la política de altos vuelos, que Schoeller presenta con unos rasgos decididamente pesimistas, aunque moralmente bien enfocados. Esta perspectiva fatalista espesa todavía más la película, que a ratos se hace tediosa, aunque mantiene el interés del espectador gracias a los importantes temas que trata, a la tensión de su puesta en escena y a la buena labor de todo el reparto, especialmente del veterano actor belga Olivier Gourmet, magnífico tanto en los momentos sobrios como en los pasajes desatados de su patético personaje. En todo caso, “El ejercicio del poder” es la película menos indicada para intentar animar a alguien a dedicarse a la política.

Barcelona, 2017. La crisis económica ha convertido Europa en un caos, y ha sumido a España en una pobreza galopante. En esas circunstancias, J (

) y C (

) se reencuentran después de cinco años sin verse y de haber sufrido diversos hechos trágicos, primero como pareja y después separados. Ahora esperan juntos para firmar unos papeles en un misterioso y perdido edificio de hormigón, frío, sin alma y sin ocupantes. Conforme hablan y discuten, cada vez con más vehemencia, comprenden que el pasado sigue marcando dramáticamente sus vidas y que las heridas no curadas permanecen siempre abiertas.

En este peliagudo y afilado melodrama —inspirado libremente en la obra teatral “Gif”, de

—, la barcelonesa

(“Cosas que nunca te dije”) profundiza en la pérdida del sentido del sufrimiento en una sociedad individualista y materialista, tema que ya trató en “Mi vida sin mí” y “La vida secreta de las palabras”. Como esos filmes, “Ayer no termina nunca” carece de una perspectiva trascendente, pero al menos refleja con honestidad la angustia que genera ese inmanentismo, así como su cierta tendencia hacia el nihilismo, la intolerancia y el odio. Además, avanza de paso en la comprensión del amor, el perdón y la apertura a los demás como antídotos contra esos efectos nocivos de la desesperanza sin Dios.

Todo eso lo articula Coixet a través de una apuesta narrativa y formal muy arriesgada y ciertamente árida, pues se asienta prácticamente en los dos únicos protagonistas hablando en un desnudo edificio, del que la cámara sólo sale en un par de secuencias en exteriores, en fugaces insertos oníricos en blanco y negro —sobre los desgarrados pensamientos reales de los personajes— y en varios breves flash-back en torno al pasado de J y C. Eso sí, filmado todo sin rastro de teatralidad, con una planificación y un montaje esmeradísimos, dignos de ser estudiados en las escuelas de cine.

El intenso guión soporta bien ese desafío narrativo y formal gracias a la hondura dramática y moral de sus constantes diálogos, a menudo descarnados y groseros, pero dotados de una humanidad cautivadora y, a la postre, conmovedora. En estos efectos finalmente positivos —a pesar de las citadas limitaciones antropológicas de su planteamiento—, es decisivo el memorable duelo interpretativo entre Javier Cámara y Candela Peña, que ya dieron vida a un matrimonio atormentado en “Torremolinos 73” (2003), de

, y cuyas interpretaciones en “Ayer no termina nunca” rezuman autenticidad tanto a gritos como en susurros. Ellos acercan definitivamente esta singular película de Coixet a las existenciales disecciones del mexicano

—“Amores perros”, “21 gramos”, “Babel”, “Biutiful”…—, a la sangrante honestidad de películas como “La habitación del hijo”, de

, o “Crash”, de

, e incluso, a las luminosas reflexiones sobre el sufrimiento y la maternidad —mucho más trascendentes y certeras— de

en “El árbol de la vida” y “To the Wonder”. No son malos referentes, aunque el filme de Coixet se quede por debajo de ellos.

Patrick Orbéra

) es una vieja gloria del fútbol francés, que no ha logrado reconducir su vida por culpa de su carácter pendenciero y su adicción al alcohol. Sin trabajo y arruinado, ha perdido incluso el derecho a ver a su hija Laura (

). Apremiado por una juez para que consiga un empleo estable, no le queda otra elección más que irse a una pequeña isla de Bretaña para entrenar a su cutre equipo de fútbol. Si consiguen ganar los tres próximos partidos, reunirán el dinero suficiente para salvar la conservera de la isla, que da empleo a la mitad de sus habitantes, y que está al borde de la suspensión de pagos. Patrick se encuentra inmediatamente ante un obstáculo aún mayor: transformar a pescadores en futbolistas casi profesionales. Para ello, recluta a varios de sus viejos compañeros de primera división: el paranoico extremo Ziani (

), el famoso delantero centro Leandri (

) —ahora obsesionado con ser actor—, el cardiópata centrocampista N’Dogo (

), el violento defensa Berda (

, el mujeriego y cocainómano portero argentino Marandella (

), que ahora se empeña en jugar de delantero…

Esta película del francés

(“Érase una vez...”, “Ríos de color púrpura 2: Los ángeles del Apocalipsis”, “La vida en rosa”, “Nuestra canción de amor”) tenía numerosos elementos para haberse convertido en una elogiable comedia disparatada, del estilo de “Bienvenidos al Norte”, de

. Pero, en realidad, “Un gran equipo” ha despertado el interés del público francés poniendo su sugerente planteamiento narrativo y su popular reparto al servicio de un guión tópico, sin ritmo y plagado de toscas concesiones a la galería, sobre todo en sus penosos diálogos, a menudo expresados con groseras irreverencias, al menos en la versión original subtitulada al castellano que se ha distribuido en España. Hay varios golpes divertidos y un cierto mensaje positivo de superación, en torno a la necesidad de hacer examen, cambiar de vida y suavizar el hedonismo con la solidaridad. Pero el conjunto resulta superficial en su fondo, rutinario en su puesta en escena y poco respetuoso con la inteligencia y el buen gusto del espectador.

El director danés

(“Pizza King”, “Flame y Citrón”) ofrece una comedia dramática que gira en torno a la cuestión del matrimonio y el amor. Christian (

) es un enólogo cuarentón que viaja a Buenos Aires con su hijo Oscar (

) para tratar de recuperar a su mujer (

), que los abandonó para convertirse en novia y representante de un famosísimo futbolista argentino, Juan Díaz (

).

La película combina el realismo dramático con innumerables situaciones surrealistas y con elementos de realismo mágico. Tampoco faltan escenas de sexo explícito que limitan el público objetivo. Estos ingredientes están combinados con cierta inteligencia y frescura, a los que se suma una buena dirección de actores. Sin embargo, a pesar de sus propuestas llenas de luminosidad (relaciones paterno-filiales, reconciliación, autoestima, búsqueda de sentido a través del amor…), la tesis final relativiza el valor del matrimonio, desdramatiza el proceso de divorcio y desemboca en un utópico todo vale de supuesto happy end.

Jefe de obra en edificios en construcción de las afueras de Roma, Claudio (

) está muy enamorado de su mujer Elena (

), embarazada de su tercer hijo. La muerte de un vigilante rumano en una de sus obras y una inesperada tragedia familiar alteran la vida sencilla y feliz de Claudio. Para liberarse de la rabia y sobrevivir, huye hacia delante en su trabajo profesional, enredándose en una peliaguda situación económica, de la que intentará salir con el respaldo de su familia y sus amigos, y con su propio amor hacia ellos.

Este intenso drama del italiano

(“La voz de su amo”, “Mi hermano es hijo único”) ganó en 2010 los Premios Donatello a mejor director, actor y sonido, después de ganarle a Elio Germano el premio al mejor actor en Cannes 2010, ex aequo con

por “Biutiful”. Con esta película del mexicano

, “La nostra vita” comparte un acercamiento honesto al desconcierto que producen la muerte y el sufrimiento, sobre todo entre personas sin una visión religiosa de la vida. Aquí, el protagonista no acaba de abrirse a la trascendencia, pero al menos intenta abrirse a los demás después de tocar fondo y de gozar de los beneficios de la caridad y el amor. Además, lo hace sin sectarismos partidistas y con un luminoso enfoque ético de su trabajo profesional, especialmente elogiable en estos tiempos de crisis económica, especulación inmobiliaria y explotación de trabajadores ilegales.

Todos estos temas interesantes se desarrollan a través de una neorrealista puesta en escena, que subraya con acierto los conflictos dramáticos y morales de los personajes, aunque a ratos cae en una cierta confusión narrativa. Todos los actores derrochan naturalidad, especialmente Elio Germano, cuyo trabajo se merece los reconocimientos que ha tenido. Estropea un poco el conjunto su citada falta de trascendencia, así como varias escenas sexuales demasiado explícitas, que rompen el tono reflexivo y ético del filme.

El director español

, que triunfó internacionalmente con “Buried (Enterrado)”, vuelve a estar detrás de un proyecto de género terrorífico como productor, guionista y montador. En este caso, el director es el jovencísimo barcelonés

, que se mete en un asunto nada nuevo, pero sí originalmente planteado. Nos referimos a los fenómenos paranormales, que conocieron uno de sus primeros hitos en “Poltergeist” (

, 1982), y que hoy se han convertido en ingrediente habitual del fantaterror, inspirando incluso títulos de obras como “Paranormal Activity” (

, 2007).

El argumento sigue los pasos de la investigación de un grupo multidisciplinar de científicos que pasan un fin de semana en una casa en la que parecen darse fenómenos paranormales. Esa casa la habitan un joven viudo, su hija adolescente y el hijo pequeño. La película muestra minuciosamente los distintos experimentos y grabaciones que realizan los científicos, a la vez que vamos conociendo los pormenores de la familia y de su pasado. Se agradece que, debido a la mentalidad positivista de los científicos, se evita en todo momento la incursión fácil y superflua en lo sobrenatural, algo desgraciadamente tan habitual en este tipo de cintas. La película no niega la trascendencia, pero trata de agotar todas las hipótesis científicas posibles. Y lo hace con más seriedad de la que estamos acostumbrados.

La película bebe de los referentes contemporáneos: los planos subjetivos de la saga “[REC]” o los fantasmas de camisón del cine japonés. El montaje es brillante, huye del efectismo fácil, y el resultado despide un interesante halo de autenticidad. Los actores están muy bien dirigidos, y la presencia española en el reparto internacional se limita al catalán Francesc Garrido.

Ari (

) es una chica guapa de Madrid, que se liga a hombres ricos para, una vez en sus casas, robarles con la ayuda de su novio Navas (

). Ella quiere retirarse y huir de España; pero él quiere dar un golpe más, para redondear los ingresos que consiguen con los robos y con carreras ilegales de coches, en las que él participa. El pardillo elegido es Mikel (

), a punto de casarse con Julia (María Castro), dueña de una prestigiosa joyería. Ari empieza su juego de seducción, pero descubre que Mikel es un tipo de fuerte personalidad, agotado de su aburrida vida burguesa y que, además, conduce de maravilla. Así que Ari se enamora de él.

Tras mantener el tipo en Invasor, el barcelonés

(“Salto al vacío”) se lanza al cine comercial más cutre e imitativo en “Combustión”, horrendo culebrón en el que dos productores de la exitosa “3 metros sobre el cielo” y dos guionistas de la serie televisiva “Física o Química” toman lo peor de sus trabajos y le añaden un toque de acción descaradamente parecido al de la saga de carreras de coches “A todo gas (Fast & Furious)”. Todo es artificioso y sonrojante, sobre todo las patéticas secuencias de sexo explícito, dosificadas con cronómetro, al igual que las explosiones de violencia brutal. Y, aunque alguna secuencia de acción resulta algo espectacular, el conjunto carece de ritmo y se viene constantemente abajo por culpa de unos diálogos malísimos, que agravan la limitación de recursos de unos actores que aquí sólo aportan sus “cuerpos danone”. Quizás haga una buena taquilla; pero, desde luego, esta película está entre las peores del último cine de género español.