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Un foco de luz nueva sobre una vieja Dictadura

Fernando Prieto Arellano

Agencia EFE

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Fernando Prieto Arellano

Encajonada entre la Restauración y la Segunda República, la Guerra Civil y el franquismo (su derivada natural), la Dictadura del general Miguel Primo de Rivera (1923-1930)es un periodo histórico del que apenas tenemos breve noticia y que ahora trata de esclarecer en su última obra el historiador Alejandro Quiroga.

En "Miguel Primo de Rivera. Dictadura, populismo y nación" (Crítica), que acaba de publicarse, Quiroga nos presenta un cuadro actualizado de ese periodo histórico, con aportaciones que enlazan directamente con la actualidad inmediata, como por ejemplo la idea del mensaje como elemento de comunicación de masas y el populismo como fuerza motriz de un sistema.

En su obra, Quiroga señala que "Primo fue el primer líder político en utilizar de modo sistemático un discurso populista desde el poder en España".

En entrevista con EFE, el autor, doctor en Ciencias Políticas por la London School of Economics de Londres y profesor de la Universidad Complutense de Madrid, afirma que "hay cosas que se repiten, aunque en un contexto muy distinto al de hace cien años".

De acuerdo con Quiroga, "parece claro que en los últimos diez o quince años la idea lineal de progreso que nos viene de la Ilustración se ha quebrado y eso quizá nos ayude a explicar este resurgir de nacionalismos y populismos, basados en soluciones fáciles para problemas complejos", un argumento que ya está presente en el planteamiento doctrinal de la Dictadura.

La idea de la "antipolítica", del rechazo a los llamados "políticos profesionales", de la que Primo hizo bandera, "sigue viva hoy", cuando ha regresado con fuerza a la arena política porque maneja conceptos "que siguen teniendo un éxito significativo en el plano electoral", comenta.

En opinión de Quiroga, Primo "lee muy bien el momento político" en el que se desenvuelve. El golpe de Estado del 13 de septiembre de 1923 que da lugar al Directorio Militar y con el que comienza la Dictadura (con mayúscula, como se la conoce en la historiografía) se enmarca en el contexto de crisis de las democracias que caracteriza a la Europa de la primera posguerra mundial, donde van surgiendo regímenes autoritarios en países como Grecia, Portugal, Yugoslavia, Polonia, etc.

El régimen de Primo "es contrarrevolucionario", surge en un contexto en el que la burguesía ve con gran preocupación el triunfo de la revolución comunista en Rusia y su posible expansión al resto de Europa debido a la influencia que puede tener en el cada vez más pujante y mejor organizado movimiento obrero.

Por ello, sostiene Quiroga, "Primo propone confrontar la idea de 'Nación' frente la lucha de clases" y para ello considera imprescindible establecer un sistema nacional, "autoritario, antidemocrático y antiliberal".

El régimen de Primo "no es una dictadura liberal y con su idea de la 'integración nacional' ve una manera de atraerse a las masas obreras a su campo", al modo en que Benito Mussolini fue construyendo el régimen fascista en Italia.

Y para ello, Primo necesita emitir un mensaje fácil de entender y susceptible de ser asumido dado el contexto histórico en que se produce.

Llegados a 1923, el sistema creado en España por la Restauración, materializado en la Constitución de 1876 y desarrollado con el mecanismo del "turno", o la alternancia en el poder entre liberales y conservadores está técnica, social y políticamente muerto.

Por ello, afirma Quiroga en su libro, Primo se aprovecha de esa situación límite para construir un mensaje -obviamente bien nutrido de tópicos y de mentiras, llegado el caso-. con el que justifica su golpe de Estado y que será como una especie de mantra durante los siete años que estuvo en el poder.

Ese mensaje era muy simple: rechazo a los políticos profesionales de todo tipo "y a las doctrinas políticas tradicionales, que eran vistas como fragmentadoras de la nación y productoras de desorden social".

Primo "es un populista. Se cree el representante del pueblo, critica la corrupción de los últimos gobiernos" de la Restauración y, al mismo tiempo "tiene muy claro que la comunicación con el pueblo es la mejor manera de generar poder", afirma el historiador.

En definitiva, considera Quiroga el dictador pone al pueblo, a la gente común, en el primer plano de su mensaje para justificar el establecimiento de un sistema claramente derechista no exento de un cierto aire lampedusiano, de tal modo que "la liquidación del sistema político aseguraba la continuidad del sistema económico". EFE

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