Patxi Andión, un palomar en las nubes

Es curioso que siendo él periodista, o quizá por eso, tuviera tanta aversión a las entrevistas. Aún así, me permitió conversar con él varias veces

Patxi Andión, un palomar en las nubes

Ana Luisa Pombo

Publicado el - Actualizado

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Patxi Andión ha fallecido en un accidente de tráfico. Él, que superó censuras, autoexilios, frustraciones, mentiras y acusaciones desgarradoras, ha emprendido, desde un todoterreno traidor, un nuevo camino a la caza de alguna nube con forma de corzo y buscando el modo de  arrancarle notas a una guitarra hecha con las líneas del arco iris para. 

Es curioso que siendo él periodista, o quizá por eso, tuviera tanta aversión a las entrevistas. Aún así, me permitió conversar con él varias veces “porque eres una cabezota, pero te gusta escuchar”, decía, y era verdad. 

Me quedaba embobada escuchando sus menciones a maestros del periodismo e incluso sus soflamas, porque yo iba a entrevistarle para hablar de su boda con Amparo Muñoz, la mujer más bella del universo, pero él se empeñaba en hablarme de la falta de libertad de años atrás y de que no todo estaba escrito en materia de justicia social a pesar de que la dictadura estaba finiquitada. “Mira, yo de Amparo y de mi vida privada no te voy a hablar, pero a cambio, te dejo que me hagas fotos en mi estudio”, me decía y, allá que subíamos, yo cámara en ristre y sabiendo que lo único “aprovechable” serían las fotos porque que Patxi hablara de sus canciones o de justicia social, no vendía. 

En el chalecito que él tenía a la sombra de lo que hoy es El Pirulí, que entonces todavía no existía, y mientras la tarde teñía de colores aquel estudio situado en la planta alta, con Patxi, rasgueando la guitarra, escuché por primera vez su canción “El de la 3”, “ ...nada ha pasado en la tierra, salvo que ha muerto un preso...” y me enganché a sus canciones de protesta descarada y provocadora.

Mientras él intentaba convencer a esta periodista novel de que los problemas sociales de una España recién salida de la dictadura no habían acabado, de vez en cuando, la mujer más bella del universo que lo eclipsaba todo con su presencia deslumbrante, Amparo Muñoz, aparecía por el estudio para traer algún refresco supongo que en honor a la juventud de la que escribe porque, entonces, Patxi tenía ya fama de apreciar el buen comer y mejor beber. 

Hablaba con pasión de París, el París bohemio que él conocía bien y esta periodista empezaba a amar. Desgranaba palabras de admiración y agradecimiento hacia Jacques Brel al que conoció en la capital francesa y hacia otros personajes menos conocidos como Bruno Cocatrix, propietario de la Sala Olympia de París, que siempre acogía a los artistas españoles con los brazos abiertos; reclamaba Patxi, respeto y ética a la profesión periodística cuando todavía esos valores no habían caído en decadencia y, del mismo modo que siempre se mantuvo fiel a su estilo profesional y a sus valores personales, conservó sus cualidades de buen conversador pero nunca sobre su vida personal. 

Si yo le pedía que me hablara de su divorcio de Amparo, me lo cambiaba por unas fotos en su palomar del Rastro en el que un sistema numérico sustituía la clásica cerradura y desde el que se disfrutaba de una panorámica impresionante a los cuatro puntos cardinales, entre los que el Oeste, esparciendo fuego al atardecer sobre la Puerta de Toledo, resultaba memorable.

El tiempo y las circunstancias, no me permitieron conocer aquella casa en San Rafael (“en el pueblo, no en Los Ángeles que es un disparate”, aclaraba), de la que Patxi hablaba entusiasmado mientras explicaba cómo estaba convirtiendo una casa vieja en un reducto de tranquilidad al que acudir al finalizar la semana académica, porque Patxi que nunca perdió su ilusión por el cine ni su pasión por cantar, disfrutaba dando clases, disfrutaba enseñando. 

Aquel actor, atractivo a su manera, aquel cantautor transgresor y comprometido fue, además, un estudiante moderadamente bueno y un insaciable lector, algo que lo convertía en una excepción entre la frivolidad del mundo del espectáculo y un refugio al que acudió, a modo de profesor, cuando algunas decepciones artísticas le hicieron desconectar de un mundo profesional que no alimentaba su espíritu rebelde pero del que nunca pudo alejarse del todo porque, con decepciones o no, el artista que llevaba dentro, no podía abstraerse por completo al duende de la creatividad. 

Hoy, Patxi Andión, entre protesta y sentimiento, estará descubriendo el secreto de la lluvia y seguramente seguirá cantando aquello de “Déjame sentir la lluvia / al caer sobre mi cara. / Deja que acaricie el viento / mi cabeza desordenada”. 

Buen viaje, Patxi. La próxima entrevista me la cambias por una visita a tu nuevo palomar sobre las nubes, ¿vale?.  

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