Fascinante viaje hacia la legendaria “tierra hueca” por el río subterráneo navegable más largo de Europa
Un mundo de secreta belleza y leyenda, en La Vall d'Uixó, bajo el Parque Natural de la Sierra del Espadán
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“¡Al mundo entero!... Declaro que la Tierra es hueca y habitable en su interior; que contiene cierta cantidad de esferas concéntricas sólidas, una dentro de la otra…. Juro por mi vida que esto es verdad y estoy dispuesto a explorar el hueco, si el mundo me apoya y ayuda en la empresa...”.
Así empezaba la carta de John Cleves Symmes capitán de infantería estadounidense, que Richard M. Johnson, posteriormente vicepresidente de los EEUU, leyó ante un asombrado Congreso norteamericano en 1825, proponiendo apoyar al capitán para que explorase la "tierra hueca".
Antes que él, historiadores como Plinio el Viejo, hablaron de larguísimas galerías subterráneas por las que habitantes del norte pudieron huir hasta lugares cálidos en el centro de Europa y salvarse de la ola gélida que congeló el polo y, más tarde, visionarios como Julio Verne en obras como “Viaje al centro de la tierra”, defendieron esa misma teoría de una tierra hueca que gozaría de un sol propio, montañas, ríos y lagos y en la que habitarían civilizaciones y seres desconocidas.
Es esa teoría de leyenda nunca probada, la que se nos viene a la cabeza en la Cueva de San José, en La Vall d’Uixó (Castellón), mientras la barca nos lleva por el río subterráneo navegable más largo de Europa, casi 3 kilómetros conocidos y del que no se sabe dónde empieza.
Cuentan los expertos que, durante más de 250 millones de años, el agua decoró las bóvedas de la cueva con las extraordinarias estalactitas y caprichosas formas que coronan nuestro recorrido y que el musgo es el pintor del espectacular color de las aguas, reforzado por iluminación artificial.
Ya en el embarcadero que nos recibe dispuesto a transportarnos a un mundo desconocido que parece llevarnos al mismísimo centro de la tierra, unas antiquísimas pinturas en la roca nos recuerdan que allá en la noche de los tiempos, otros seres habitaron ese lugar y tal vez recorrieron en condiciones mucho menos favorables, el mismo río que ahora podemos surcar cómodamente en barca o piragua.
En el recorrido, encontramos cuevas de nombres sugerentes, como el Lago de Diana, Lago Azul, Sala del Perro o Galería de los Sifones, que nos hablan de fantásticas aventuras en las que, a la vuelta de cualquier recodo, nos podemos encontrar con ninfas y unicornios. Otras como la Boca del Forn o el Lago del Diablo, nos fuerzan a echar cautelosas ojeadas alrededor, por si en ellas se esconden dragones que lanzan fuego por la boca o algún inquietante ser llegado desde lo más profundo del averno.
En medio del recorrido, nos espera una galería seca que hay que recorrer a pie, como seguramente también hicieron hace miles de años nuestros antepasados y en la que las paredes parecen querer cerrarse sobre nuestras cabezas, unas paredes que lo mismo nos deleitan con la petrificada Cascada de la Flor, que nos impresionan con la silueta de un dinosaurio, mientras se nos viene a la memoria la teoría defendida por algunos de que en la "tierra hueca", siguen habitando los mamut, basándose en los diarios de Richard Byrd, explorador, piloto y vicealmirante norteamericano que, aseguró haber visto a uno de ellos en pleno siglo XX.
No lejos de la Cueva de San José, por la que discurre este asombroso y espectacular río subterráneo, otra cueva es guardiana de una leyenda de amor y muerte, la Cueva de la Agüela Mareta, de la que dicen que es realmente un pasadizo secreto que, durante la invasión musulmana, unía el palacio del gobernador con el Barranco Randero.
Cuentan que, allá por 1238, entre las tropas del Rey Jaime que reconquistaron la zona, había un caballero llamado Fernán Centelles que se enamoró perdidamente de la hija del gobernador musulmán, a la que, con la connivencia de la abuela, cortejaba aprovechando las ausencias de su padre. Enterado el gobernador de esos encuentros furtivos, regresó de uno de sus viajes con la intención de matar al caballero. La abuela, conocedora de todos los entresijos y secretos del palacio, condujo a los jóvenes al pasadizo que les permitió huir, aunque seguidos de cerca por el gobernador que, viendo una figura recortada contra la luz y pensando que era el caballero, la traspasó con su espada, descubriendo finalmente que había asesinado a su propia madre, a la Agüela Mareta que protegió con su vida la huida de la nieta a la que había criado. Desde entonces le da nombre a esta otra cueva que, para algunos, también podría formar parte de la fantasía de la tierra hueca.