Cueva de los Medrano, el lugar en el que nació el Quijote
En aquel lugar Cervantes dio rienda suelta a su portentosa imaginación para crear el libro de libros
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“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”.
Esas fueron las primeras palabras, el nacimiento de Don Quijote de La Mancha, escritas por Miguel de Cervantes en el interior de una cueva, en la que estaba prisionero, cumpliendo condena por “irregularidades” en sus cuentas como recaudador de impuestos.
Ese lugar de La Mancha de cuyo nombre, Cervantes no quería acordarse era, es, Argamasilla de Alba en Ciudad Real, un lugar en el que el Ingenioso Hidalgo está tan presente, que parece que nos lo vamos a poder encontrar al doblar cualquier esquina.
Allí, en el sótano de la Casa de los Medrano es donde, según todos los indicios, fue encerrado, en una cárcel-cueva, la Cueva de los Medrano, hoy encalada, pero a buen seguro espantosamente renegrida en su época, una cueva en la que un estrecho ventanuco apenas deja entrar la luz, iluminada entonces solo por un candil y a la que se accede por unas angostas escaleras.
Estremece pensar que esos escalones desgastados, son los mismos que pisó el más grande escritor de todos los tiempos y que en ese lugar oscuro, insalubre, casi tétrico, Cervantes, dio rienda suelta a su portentosa imaginación para crear el libro de libros y un personaje que permanece por los siglos.
Después de haber sobrevivido anteriormente durante cinco años en una prisión en Argel de la que intentó fugarse en varias ocasiones, Cervantes, con la mano izquierda inutilizada por las secuelas de varios disparos de arcabuz que había recibido durante la Batalla de Lepanto y con la vista tan cansada que, según los expertos, tenía que utilizar lentes e incapaz, además, de volver a empuñar la espada, mientras la vida seguía sobre su cabeza y las paredes de esa cueva se le caían encima, su imaginación desbordante volaba libre, de la mano de Don Quijote y Sancho Panza, sobre los paisajes conocidos y lo mismo se detenía en el cercano Castillo de Peñarroya que luchaba contra “gigantes” o se dejaba caer a lo más profundo de la también cercana sima que él llamó de Montesinos.
Fotos cedidas por el Ayuntamiento de Argamasilla de Alba