La legendaria Ribeira Sacra y la razón por la que en sus monasterios son expertos en vinos y licores

No hay monasterio o abadía en la Ribeira Sacra en la que los monjes no hayan sido y algunos continúen siendo, expertos en la fabricación de vino

Monasterio de Santo Estevo (Foto Luis Pérez Pujol)

Ana L. Quiroga

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Cuenta la leyenda que Júpiter se enamoró profundamente de la belleza de la que hoy conocemos como Ribeira Sacra y para demostrarlo, trazó filigranas sinuosas en la montaña para que por ellas fluyera un río que la hiciera más bella, el Miño. Su esposa Juno, celosa, quiso romper aquella armonía y belleza marcando la zona con una profunda cicatriz, cicatriz por la que Júpiter, muy enfadado, la condenó a vagar eternamente. Para disimular aquella herida en la tierra de la que se había enamorado, él, hizo que la arena y las piedras del fondo se transformaran en oro y las cubrió de agua, convirtiendo así la herida provocada por la celosa y vengativa Juno en un nuevo, caudaloso y singular río, el Sil. Andando los siglos, en las escarpadas laderas de las cicatrices dejadas por los dioses, la mano del hombre construyó bancales para controlar el desnivel y plantar en ellos vides que, a final del verano, ofrecen sus mejores frutos.

Monasterio de San Paio (Foto Luis Pérez Pujol)

Monasterio de San Paio (Foto Luis Pérez Pujol)

Luchando contra la ley de la gravedad, no hay monasterio o abadía en la Ribeira Sacra en la que los monjes no hayan sido y algunos continúen siendo, expertos en la fabricación de vino y licores en un lugar que recibe su nombre de “sacra”, precisamente por la cantidad de monasterios e iglesias que se asoman a los ríos Miño, Sil y Cabe, ocultos, escondidos, entre el verdor de los bosques de castaños y bancales imposibles en los que cultivar la vid es una aventura de riesgo incluso en la actualidad.

Monasterio de Oseira (Foto Luis Pérez Pujol)

Monasterio de Oseira (Foto Luis Pérez Pujol)

Los expertos aseguran que esos monasterios se fundaron en lugares que antes estaban habitados solo por eremitas y que, a medida que ganaban fama, en torno a ellos fueron creciendo aldeas y pueblos, en un entorno mágico y siempre con la vid como telón de fondo.

Así lo demuestran algunos como el Monasterio de San Paio que, aunque ahora se encuentra en estado ruinoso, según algunos manuscritos, contaba con numerosas cubas, arcas y tinajas en su bodega hace ya muchos siglos o el de Santa Cristina de Ribas de Sil que contaba con viñas en Rosende y Pinol y en torno al que existe la leyenda de un pasadizo secreto que llevaría mucho más allá de los límites de sus muros; Santo Estevo, hoy convertido en Parador de Turismo, ganó fama por ser custodio de los anillos milagrosos de los Nueve Obispos Santos y tenía viñas ofrendadas por los vecinos para que rezaran por su salud; Montederramo, Parada do Sil, San Vicente del Pino, Oseira o las clarisas de Ferreira de Pantón con viñas en Moreda….

Todos ellos cultivaban viñedos y hacían licores de lo más variado utilizando hierbas aromáticas y medicinales y cuyas fórmulas, en su mayoría y todavía hoy, siguen guardando bajo siete llaves, aunque algunas has trascendido más allá de los muros entre los que fueron puestas en práctica por primera vez, como es el caso del licor de café o el aguardiente de hierbas, generalizados hace mucho y otros como la fórmula del Eucaliptine del Monasterio de Santa María la Real de Oseira que, de un tiempo a esta parte, ha cobrado nuevo auge y los monjes, muy actualizados, lo venden incluso por internet especificando que, "tomado de manera moderada", tiene efectos beneficiosos para la salud.

Su elaboración con tres variedades diferentes de eucalipto y algunas otras hierbas medicinales, parecen haber dado sobrada muestra de efectividad para mejorar los síntomas de las afecciones bronquiales, entre otras, a tenor de la experiencia de los propios frailes que, durante siglos, han utilizado con moderación muchos de esos licores para curarse y curar a los lugareños de algunos males, sobre todo respiratorios, digestivos y “del espíritu”, pero también como medio de pago y como modo de ahorrar en los impuestos.

Los expertos aseguran que, inicialmente, eran los monasterios los que recibían de los vecinos parte de las cosechas de uva como pago a modo de impuestos, pero los ancianos de la zona cuentan otra historia que se ha ido transmitiendo a lo largo de generaciones.

Monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil (Foto Luis Pérez Pujol)

Monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil (Foto Luis Pérez Pujol)

Cuentan que, en Galicia, como en otros lugares, los señores feudales y los hidalgos, cobraban tributos a sus vasallos y también a los monjes, por la explotación de las tierras de sus demarcaciones y dicen, a caballo entre la realidad y la leyenda, que los monjes de los distintos monasterios pugnaban por ver quién conseguía mejores y más singulares licores, por un lado con un fin curativo y por otro como algo estrictamente comercial que les permitía ahorrar en “impuestos” porque cuando el señor feudal o su recaudador visitaban los monasterios, le ofrecían lo mejor y más exclusivo de sus vinos y licores de tal manera que, al final, el recaudador animado por los efluvios de aquella delicatessen, aceptaba como buenas las cuentas que le presentaban y mientras él alimentaba el cuerpo y el espíritu, los monjes conseguían rebajas en los tributos, no solo para ellos sino también para los vecinos de sus tierras.

Hoy, como hace siglos, esos monasterios casi escondidos en una Ribeira Sacra jalonada de leyendas, siguen asombrando por la paz que se respira en ellos, por la contundencia y belleza de sus muros testigos de fe y guardianes de secretos, entre ellos las fórmulas de sus licores “curativos” de sabores tan singulares como el propio entorno, en el corazón de la fascinante Galicia interior.

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