El monasterio de Veruela y el espíritu de Bécquer

Ese monasterio cisterciense, rodeado de murallas como si de una fortaleza medieval se tratara, se convirtió en fuente de inspiración para las Cartas desde mi celda

El monasterio de Veruela y el espíritu de Bécquer

Ana L. Quiroga

Publicado el - Actualizado

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“En el fondo del melancólico y silencioso valle, al pie de las últimas ondulaciones del Moncayo, que levantaba sus aéreas cumbres coronadas de nieve y de nubes, medio ocultas entre el follaje oscuro de sus verdes alamedas y heridas por la última luz del sol poniente, vi las vetustas murallas y las puntiagudas torres del monasterio…”.

Así describe Bécquer en sus “Cartas desde mi Celda”, su primera imagen del Monasterio de Veruela, al que llegó acompañado de su hermano Valeriano.

Ese monasterio cisterciense, rodeado de murallas como si de una fortaleza medieval se tratara, se convirtió en fuente de inspiración para las “Cartas desde mi celda” de Gustavo Adolfo y la magia del entorno fue fructífero telón de fondo para sus leyendas y para numerosos grabados de su hermano.

El monasterio de Veruela y el espíritu de Bécquer

Al cruzar la puerta de su recinto amurallado y entrar en el monasterio mismo, nada parece haber cambiado desde entonces porque su belleza y su capacidad de fascinación continúan inalterados y dispuestos a dejar volar nuestra imaginación de la misma manera que lo hizo con ellos. El claustro, nos invita a recorrerlo como de puntillas, para saborear incluso el silencio, tal como dejó escrito, también el poeta romántico por excelencia: “Siempre que atravieso este recinto cuando la noche se aproxima y comienza a influir en la imaginación, voy pisando quedo…”.

No es difícil imaginar a los dos hermanos, Gustavo Adolfo aquejado de tuberculosis, caminar rápidos por este claustro como si de un bosque de columnas se tratara, para sortear el viento helador o paseando en los días templados por los alrededores y al propio Bécquer, sentado a los pies de la Cruz Negra, un “cruceiro” con la cruz de mármol negro, a la entrada del Monasterio, donde él esperaba la correspondencia que le llegaba de Madrid mientras dejaba volar su fértil imaginación.

Si las leyendas becquerianas son memorables, no lo es menos la leyenda propia de este lugar, una leyenda que cuenta que, allá por el siglo XII, Don Pedro de Alarés, señor de Borja, estaba cazando por la zona cuando se vio sorprendido por una violenta tormenta. Temiendo por su vida, se encomendó a la Virgen que, cuando el tiempo amainó, se le apareció y le entregó una pequeña imagen suya para que la colocara en un convento que le pidió construir en ese lugar.

El monasterio de Veruela y el espíritu de Bécquer

Así, pasado el tiempo, aquel lugar milagroso, terminó convirtiéndose en el primer monasterio cisterciense de Aragón que, a pesar de todos los avatares sufridos, ha llegado espectacular hasta nuestros días.

Como tantos otros, fue abandonado tras la desamortización de Mendizábal hasta que los Jesuitas lo volvieron a habitar y ahora que depende de la Diputación de Zaragoza, sigue en pie, con Bécquer presente casi a cada paso, con un interesante museo del vino, espacios habilitados para ofrecer actos culturales y la espiritualidad, siempre la espiritualidad, que emana de todo el recinto, especialmente de los claustros y de la bellísima iglesia, a flor de piel.

Está un poco a desmano, pero merece la pena visitarlo y mejor cuando no haga mucho frío porque al estar a los pies del Moncayo corta el aliento y hay que buscar lugares abrigados, tal como escribió el propio Bécquer, “Cuando sopla el cierzo, cae la nieve o azota la lluvia los vidrios de mi celda, corro a buscar la claridad rojiza de la llama...”.

El monasterio de Veruela y el espíritu de Bécquer

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