Monasterio de Yuste, el Retiro de un emperador zampabollos

Aunque está muy cerca de Cuacos de Yuste, en Cáceres, lo cierto es que, incluso hoy sigue siendo una belleza en medio de la nada

Monasterio de Yuste, el Retiro de un emperador zampabollos

Ana L. Quiroga

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El Monasterio de Yuste, elegido por el emperador Carlos I de España y V de Alemania, aunque está muy cerca de Cuacos de Yuste, en Cáceres, lo cierto es que, incluso hoy sigue siendo una belleza en medio de la nada.

Si ahora está aislado, resulta fácil imaginar cómo sería en pleno siglo XVI y los trabajos que debían pasar los proveedores del emperador para hacerle llegar en buenas condiciones los mejores pescados y las mejores carnes desde el otro extremo de España e incluso desde del extranjero.

Con la cerveza, que el emperador bebía por litros, no tenía problema porque se trajo de Alemania su propio maestro cervecero, ya que una cosa es retirarse a una casa palacio adosada a un monasterio y otra hacer vida de fraile. De hecho, solo una vez aceptó compartir la mesa de los frailes y le parecieron tan escasas y poco sabrosas las viandas que se levantó antes de terminar, dejándolos con la cuchara del primer plato en la mano.

Monasterio de Yuste, el Retiro de un emperador zampabollos

En Yuste, el emperador vivía como tal y no se privaba de nada; por el contrario, asombraba a las delegaciones extranjeras y mosqueaba a los médicos porque era lo que se dice un zampabollos.

Cuentan que se despertaba al alba paro tomarse tazones enormes de leche con caldo de capón, azúcar, especias y dulces. Se dormía de nuevo y desayunaba al volver a despertar.

Al mediodía, sobre su mesa había más de 20 platos y se podía zampar de una sola tacada varias raciones de cada uno de ellos, compuestos por moluscos frescos que le traían de Portugal, empanadas, salchichas, bueyes, capones, perdices, carneros y, de postre, melones, granadas, albaricoques, melocotones y dulces, siempre muchos dulces bien cargados de canela.

Para cenar, degustaba un número parecido de platos y, antes de dormir para que no le entrara debilidad, se ponía fino de nuevo de caldo, leche y dulces.

Monasterio de Yuste, el Retiro de un emperador zampabollos

Existen escritos según los cuales, al emperador, se le enviaban periódicamente “En los días de carne 8 ánades, 6 capones, 70 gallinas, 100 parejas de pichones, 50 codornices,100 liebres, 24 carneros, 2 cuartos de vaca, 40 libras de mantequilla, 12 lenguas de buey, 12 jamones, 3 cerdos salados, 4 arrobas de manteca de cerdo, 4 docenas de bollos, 8 arrobas de fruta surtida, y 6 clases de vino con un pellejo de 5 arrobas para cada clase. Y en los días de ayuno y abstinencia: 100 libras de truchas, 15 anguilas, 100 barbos, 4 clases de pescado en conserva y salazón, 50 libras de atún, 100 de anchoas, 100 de bacalao, 1.000 huevos, 24 empanadas de pescado, 100 libras de mantequilla fresca, un pellejo de aceite, otro de vino, frutas y pan en igual cantidad que en los días de carne.”

Mucha comida y bien regada con más de un litro de vino en cada comida y enormes jarras de cerveza que bebía a todas horas, alternándola con el vino aromatizado y templado, sin importarle que la gota lo estuviera matando y lo mantuviera casi todo el tiempo en la cama de la que él decía que “es lo más fresco en verano y lo más caliente en invierno”.

Del monasterio y la casa palacio originales, no queda casi nada porque los franceses, como en tantos otros casos, se encargaron de quemarlo y arrasarlo. Lo que vemos hoy, es una reproducción casi perfecta y tan fiel que podemos imaginar a Carlos I sentado en el sillón articulado que le construyeron para que descansara sus pies doloridos y maltratados por la gota, encendida la chimenea que calentaba sus frías noches de invierno o acostado en la cama en la que murió.

Todavía hoy, en ese lugar, se puede sentir el poder de un emperador que llegó aquí, según él, buscando la paz, aunque muchos piensan que lo único que deseaba era alejarse de la corte y estar lo bastante solo como para dedicarse a comer y beber sin que lo miraran de refilón y lo criticaran por su glotonería.

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