Mondoñedo, su “catedral arrodillada” y su pequeña Venecia

Mondoñedo es una de esas ciudades que enamoran. Cuando nos aproximamos por la vieja carretera que sortea castañares en curvas imposibles, ver desde lo alto las torres de su Catedral -Basílica rompiendo la niebla que baja hasta el valle para acariciar las casas de piedra y los tejados de pizarra mientras suenan las campanas de la iglesia de Santiago, del Santuario de los Remedios y de la Catedral, es un regalo impagable. Dicen que “la Paula”, una de las nueve campanas catedralicias, es la más grande y antigua de Galicia y cuentan que, cuando el campanero le sabe tocar el alma, su sonido puede escucharse, incluso, desde Portugal.

Todo en esta ciudad, que tiempo atrás fue una de las siete capitales del viejo reino de Galicia, nos habla de historia y también de historias de peregrinos que, viniendo del Camino del Norte, desvían sus pasos para adentrarse en este lugar singularmente hermoso.

Siendo como es, un lugar impresionante que nos regala pazos, Iglesias cargadas de encanto, paisajes incomparables, destaca un monumento declarado Patrimonio de la Humanidad, la Basílica Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, imponente a pesar de que sus torres demasiado pequeñas para el tamaño del templo la han hecho acreedora del sobrenombre de ”catedral arrodillada”. Tardaron tanto tiempo en construirla y fue reformada en tantas ocasiones, que sorprende con una singular mezcla de estilos que van desde el románico al barroco, pasando por el gótico. Su espectacular rosetón de cinco metros de diámetro sobre la entrada principal hace que, junto con el resto de vidrieras, se reparta luz y policromía por el interior de una catedral de belleza abrumadora, en la que el altar mayor, las diferentes capillas, los murales, los frescos, el coro, la sacristía, el claustro y su museo no dejan indiferente a nadie.

Cuenta la leyenda que, en algún lugar secreto, bajo el suelo de esta catedral está enterrado el mariscal Pardo de Cela. La historia, por su parte, confirma que, allá por 1483, el Mariscal Pardo de Cela, un noble gallego, tuvo serios encontronazos con los Reyes Católicos y con las autoridades eclesiásticas, hasta el punto que terminó siendo detenido y condenado a muerte. A caballo entre la historia y las historias, dicen que su esposa, Isabel de Castro, hija del primer Conde de Lemos y prima de Isabel la Católica, consiguió un indulto real para él pero que cuando volvía con el perdón que evitaría el ajusticiamiento de su marido, las autoridades le dieron el alto en un puente de acceso a la localidad y allí la entretuvieron y retuvieron el tiempo necesario para que Pardo de Cela fuera decapitado. Desde entonces, ese puente se conoce como el Ponte do Pasatempo (Puente del Pasatiempo).

Como si de un veneciano Puente de los Suspiros se tratara, ese del Pasatiempo, da acceso a un colorido y curioso barrio, Os Muiños (Los Molinos), denominado “la pequeña Venecia de Galicia”, porque cada calle tiene un canal y cada canal está cortado por grandes losas de pizarra o pequeñas pasarelas de cemento que dan acceso a las viviendas. Todos esos canales se parecen, pero todos son diferentes. Es el barrio artesanal, un barrio en el que los vecinos “moldearon” el río Valiñadares, canalizando su agua en diferentes canales para, con su fuerza, mover molinos, tornos y todo tipo de maquinaria que les permitía fabricar sus productos artesanos que todavía hoy, con sus orillas jalonadas de plantas y flores, venden al visitante.

Perdido entre “verdor derramado de castaños”, como lo describió el escritor Álvaro Cunqueiro, Mondoñedo mantiene vivo el encanto de las ciudades en las que el tiempo parece haberse congelado, que marcaron época, que ya son parte imborrable de la historia y sobre las que planea la magia de la leyenda.