Sancti Petri, guardián de las legendarias esmeraldas del árbol de Pigmalión

Aunque no hay rastro de aquel fastuoso templo, acercarse a esta isla desafiante ante las embestidas del Atlántico es revivir toda la historia que encierra

Sancti Petri, guardián de las legendarias esmeraldas del árbol de Pigmalión

Ana L. Quiroga

Publicado el - Actualizado

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Cuenta la leyenda que, bajo los cimientos del Castillo de Sancti Petri, hubo hace muchos siglos, un gran, rico y bellísimo templo al que se accedía por una puerta sostenida por dos enormes columnas, las Columnas de Hércules, erigidas en honor al décimo trabajo del héroe mitológico por excelencia, con un pilar en Gibraltar y otro en el Monte Hacho de Ceuta y, cuentan también, que en aquel templo reposaban las cenizas del mismísimo Hércules.

Dicen, además, que, en ese mismo lugar, se guardaba el cinturón de Teucro, el mejor arquero de la antigüedad y uno de los que entraron en Troya, ocultos en un gigantesco caballo de madera.

Aunque en la actualidad no hay rastro de aquel fastuoso templo, acercarse a esta isla desafiante ante las embestidas del Atlántico, es revivir toda la historia que encierra y sumergirse en sus leyendas.

Sancti Petri, guardián de las legendarias esmeraldas del árbol de Pigmalión

Los rojizos rayos del atardecer nos recuerdan que, en este mismo lugar, hubo un tiempo en que una llama permanecía encendida noche y día como tributo a los dioses y los héroes.

Cuando los primeros rayos del amanecer se reflejan en el Atlántico, la imaginación se desborda y los ojos buscan ansiosos el Árbol de Pigmalión, el olivo que, según la leyenda, se encontraba aquí y cuyos frutos eran unas brillantes y bellísimas esmeraldas.

Podemos imaginar, incluso, a Pigmalión, incapaz de encontrar a la mujer perfecta y perdidamente enamorado de Galatea, una estatua de mármol que él mismo había creado, una figura bellísima, perfecta y a la que Afrodita dio vida, conmovida por la eterna e infructuosa búsqueda de felicidad por parte de Pigmalión.

Sancti Petri, guardián de las legendarias esmeraldas del árbol de Pigmalión

Aquí, Aníbal, siendo aún un niño, habría jurado odio eterno a Roma a la que derrotó de manera humillante en la batalla de Cannas en la que, según Tito Livio, murieron casi 50.000 soldados romanos, varios senadores y tribunos e incluso un cónsul.

En esta isla de Santi Petri, el mismísimo Julio César, habría llorado desconsolado al ser consciente de que, con su misma edad, Alejandro Magno era el amo del mundo y él, Julio César, solo empezaba a perfilarse como un gran hombre para la historia.

Esta isla, como un barco varado en medio del mar, es fuente de leyendas, pero también de historia representada en su castillo fortaleza desde el que defendieron durante siglos la Bahía de Cádiz y a sus habitantes de los persistentes ataques de piratas y de traficantes de esclavos.

Ni siquiera los inmisericordes ataques a la que los franceses sometieron a esta isla, consiguieron demoler sus muros ni, por supuesto, anular el peso de su historia, una historia marcada por la huella fascinante de dioses, semidioses y héroes mitológicos que hoy podemos conocer en profundidad recorriendo sus salas convertidas en un extraordinario recuerdo de los hechos históricos y las leyendas sobre las que se asienta, incluyendo esa según la cual, aquí, en algún lugar de su entorno, estarían los restos de la legendaria y desaparecida Atlántida.

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