La odisea de coger un avión a Madrid en pleno apagón eléctrico y quedarte atrapado en Barajas

El redactor de COPE, Andoni Orrantia, relata en primera persona las horas posteriores al fallo eléctrico

Horas y horas de espera en las terminales españolas por el apagón eléctrico

Horas y horas de espera en las terminales españolas por el apagón eléctrico

Andoni Orrantia

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El primer recuerdo que tengo del apagón eléctrico está vinculado a una conversación telefónica que mantenía en el aeropuerto de San Sebastián (Guipúzcoa) a las 12.35. una conversación de trabajo. “Hola. Hablamos un segundo cuando puedas en la aburrida espera aeroportuaria”, me escribió mi interlocutora cuarenta y cinco minutos antes por WhatsApp. Le contesté con un aséptico “ok” sin saber que un fallo eléctrico paralizaría el país durante horas. Paralizaría el país, bloquearía carreteras, transportes, telecomunicaciones y aeropuertos. Sin saber muy bien lo que estaba sucediendo el personal de tierra nos invitó a embarcar. “¿El avión despegará, verdad?”, pregunté para mi asombro sabiendo que de Madrid me llegaban malas noticias. “Sí. Afortunadamente no nos afecta”, me contestaron. Gesticulé como cuando un niño pequeño recibe una respuesta desconcertante. La misma persona informaba enseguida de que por motivos ajenos a la compañía, el vuelo se retrasaría unos minutos. Concretamente, 39 minutos.

El vuelo de casi 200 plazas llevaba una ocupación baja. Principalmente turistas que volvían del País Vasco y algún ejecutivo. Antes de despegar, grabé un vídeo con mi móvil para lanzarlo en X e Instagram. 42 segundos que se convierten en un foco de luz para otros usuarios de esos canales que están en distintas ciudades españolas o de Latinoamérica. El comandante enseguida informaba de que podríamos volar y aterrizar en la T4. Lo hacemos una hora después. Cuando uno toma tierra en el aeropuerto de Barajas se encuentra con lo que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, calificaría a las cinco y media de la tarde de “incidente excepcional”. Te encuentras con un caos que aumenta por momentos. Pasan dos minutos de las tres y media y miles de personas se agolpan ante las cintas para conseguir la maleta que facturaron.

Aterrizar en Barajas en medio de las consecuencias del apagón es sumergirte en un océano de preguntas para las que nadie tiene respuesta. La cola para coger un taxi que te lleve a la capital serpentea en la alargada acera que alimenta las diferentes puertas de entrada de esta terminal. Delante de mí, Jordi, de Barcelona, no deja de hablar por el móvil. Me cuenta que acaba de saber que le han cancelado la reunión a la que venía. “Me vuelvo. Le he pedido a mi equipo que me cambie el vuelo de vuelta”, me reconoce. “¡No se puede pagar con tarjeta, solo con efectivo!”, grita una operaria recorriendo la cola de extremo a extremo.

Conseguir uno taxi cuesta más de una hora en la T4. Llegar hasta el centro no se sabe. “Hasta tres”, me espeta un conductor. Intentarlo con los autobuses, puede suponer más tiempo. El aeropuerto está bloqueado. Decido regresar al interior. Los bares están sobrepasados. Los enchufes son el objeto más buscado. Y la frase más utilizada: “Está totalmente colapsado”. Ni el 5G funciona. Los móviles se empiezan a quedar sin batería. “Tengo que llamar a mi madre para saber si está bien”, me dice con angustia Samuel, un estudiante de doble grado, de 21 años, que trabaja en el aeropuerto como agente de rampa. Samuel es alto y porta un chaleco naranja de la que cuelga la tarjeta identificativa que le dieron hace un mes cuando le contrataron. “Hay que luchar si no hay recursos”, me confiesa para después añadir que está en segundo y que antes ha trabajado en un almacén. “Usted tiene pinta de ejecutivo. ¿En qué trabaja?”, desliza con timidez antes de ser interrumpido por otra joven que acaba de aterrizar de Milán acompañada de dos pequeños perros rubios, Fofi y Lila.

Isabel viene de Italia. Antes de despegar estuvo hora y media dentro del avión parada. Despegó con la esperanza de que, como le informó la tripulación, en cuatro horas se solucionaría el problema. “No se puede salir del aeropuerto. Quiero llorar. Tenían que haber cancelado el vuelo”, le dice a Samuel para minutos después intentar reservar una habitación en un hotel. Sus llamadas con el altavoz puesto se mezclan con el griterío de la gente que va y viene en busca de comida, electricidad o baños.

Samuel le explica a Isabel que será complicado salir del aeropuerto esta tarde. Ella le mira con asombro y le explica que tiene que dormir en Salamanca. El móvil de Samuel sigue sin funcionar. Percibo como taladra con sus dedos pulgares la pantalla. Le digo que me cante el móvil de su madre para llamar desde el mío. No hay forma. “Fuera de aquí no funciona nada”, me insiste. “Y aquí empiezan a fallar también las cosas. Está jodido. Nos han fastidiado a todos”, añade sin aportar mucha más información sobre ese “nos han fastidiado”.

Samuel me cuenta que su madre salió a las 2 de la tarde del aeropuerto en coche. También trabaja aquí y todavía a las cinco no ha llegado a casa. “Tenía que haber cogido hoy el coche”, se lamenta. Quiere regresar en metro pero no funciona. Lo que normalmente hace en hora y media; hoy superará las cinco.

De vez en cuando un par de agentes de la Policía Nacional inspeccionan la zona donde me encuentro para cerciorarse de que las maletas tienen dueño. Se suma a la conversación en la planta cero de la T4, Nica. Ha llegado hace 7 horas de Guinea y de Madrid se dirigiría a Logroño. No entiende nada de lo que está pasando. “No hay internet”. Como la mayoría, llama por teléfono. Habla en francés. “Me vendrá a buscar un amigo pero no sé cuándo”, concluye con resignación mirándonos a Samuel, a Isabel y a mí. Y a Nica se suma María Luisa. Venía de Sevilla en AVE y justo minutos antes de llegar a Atocha, les informaban de que había un problema de electricidad. Tras recorrer andando un kilometro por las vías del tren, conseguía montarse en un autobús y llegar a la T4 después de 6 horas de viaje. “Volaba con American Airlines y he perdido el billete de 800 euros. Han cerrado la oficina en la T4 y no sabemos nada”, se lamenta.

Son las nueve de la noche y esta terminal se convierte con el paso del tiempo en un intercambiador de historias. De confidencias. De destinos. De búsqueda de alternativas. Le cuento a Samuel que trabajo en la radio. Que he vuelto de Roma hace un día. “A mí gustaría vivir en el futuro en Roma. Está muy chulo. La radio, también”. Se queda pensativo para después añadir “y en un día como éste, más … supongo”. Se despide con un choque de manos y deseándome suerte. Son las ocho y media de la tarde. Han pasado ya cinco horas desde que aterricé. En el exterior, las colas para los taxis se ha multiplicado por tres. Es imposible salir de aquí. Quienes esperan dificultan ya los accesos a la terminal. En esta barra alta de uno de los bares de la T4 la noche será larga. Como en la radio.

Herrera en COPE

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Con Carlos Herrera

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