Veinte años del asesinato de López de la Calle, cuando ETA atentó contra la libertad de expresión
No les tenía miedo, ni en su mente ni en su pluma, por eso lo mataron
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Uno se da cuenta de que es mayor cuando tiene muchos recuerdos. Entre esos ladrillos de la memoria tengo el del 7 de mayo del año 2000. Era domingo y a mi hermana y a mí se nos puso el vello de punta al ver en el canal internacional de Televisión Española que ETA había vuelto a asesinar.
Eran los preámbulos de la noticia, cuando aún no se tenía muy claro a quién pertenecía el cuerpo sin vida que permanecía inerte en la acera de una calle de Andoain. No se tenía claro, pero sus vecinos, los que habrían oído los disparos, sí lo sabían.
Enseguida escribí un mensaje, un sms de los de entonces (los móviles eran teléfonos, teléfonos, no tan inteligentes como los de ahora), a María Dabán, para que me confirmara los datos. Yo me encontraba en Milán junto a mi hijo y mi hermana, en un viaje-premio, pues me había tocado en la fiesta de Navidad de la empresa.
Aquel viaje siempre estará marcado por ese asesinato de ETA porque nos dejó durante un buen rato heladas (mi hijo era muy pequeño). Un asesinato más, o no.
Recuerdo muchos atentados de ETA, en especial todos los que cometieron desde que estoy en el ejercicio del periodismo, pero el de aquel 7 de mayo fue especial porque mi cabeza no paraba de hacer un ejercicio de bilocación. Me dio por pensar que mientras nosotros visitábamos el Duomo, andábamos entre sus agujas, mirábamos por encima del hombro a toda una ciudad como Milán, a 1.227 kilómetros, en Andoain, dos terroristas, dos etarras, José Ignacio Guridi Lasa y Javier García Gaztelu, Txapote, esperaban agazapados a José Luis López de la Calle para asesinarle.
Los dos miembros del Comando Totto, decidieron que el 7 de mayo era el día en el que un hombre sin miedo debía de morir. Le esperaron a que saliera de su casa. Y como lo había hecho durante el periodo de vigilancia, José Luis López de la Calle salió a la hora habitual, las 9.30 y fue como todos los domingos a comprar los periódicos. Cuando regresaba a casa y mientras sacaba las llaves del bolsillo para abrir la puerta, José Ignacio Guridi Lasa se acercó a él, por la espalda, como hacen las cosas los asesinos y le descerrajó cuatro disparos: uno en la nuca, otro en la sien, el siguiente en el tórax y para rematar otro tiro más, este en el abdomen.
Atentado contra la libertad de expresión
José Luis López de la Calle era columnista del diario El Mundo. En el artículo de periódico que recuerda el vigésimo aniversario de su asesinato podemos leer que "su familia y uno de sus amigos más íntimos constatan que De Lacalle fue consciente en todo momento del riesgo que suponía desafiar a ETA con el testimonio de la palabra y con la valentía de mantener intactas sus rutinas".
"Los de segunda división tenemos las amenazas de los cócteles; los de primera división, las de las bombas", recuerda el artículo que respondió José Luis en una entrevista del 29 de febrero, también del año 2000 cuando los proetarras lanzaron cuatro cócteles molotov contra su piso.
Pero ni a la dirección de la banda terrorista ni a los miembros del comado Totto les sirvieron las botellas incendiarias. Sus asesinos siguen cumpliendo condena. Tras ser detenidos, tanto Guridi Lasa -en la cárcel de Jaén- como García Gaztelu, Txapote, fueron condenados a 30 años cada uno. Ninguno se ha arrepentido ni ha pedido perdón.
Arnaldo Otegi, portavoz entonces de Batasuna, justificó el asesinato porque López de la calle era de los periodistas que manipulaban la información, vamos lo que quería decir es que López de la Calle no utilizaba un doble lenguaje, ni ambiguo, les llamaba por su nombre: asesinos.
Desde aquel momento ETA abría su diana a los medios de comunicación y a los periodistas, "ETA pone sobre la mesa el papel de los medios de comunicación y de determinados profesionales de los mismos que, a su juicio, plantean una estrategia informativa de manipulación y de guerra en el conflicto entre Euskal Herria y el Estado", palabra de Otegi.