Sánchez y Rivera: de socios a enemigos
Al presidente del Gobierno y al líder de Ciudadanos nada les une ya. La guerra entre ambos, en medio de ninguneos, es abierta.
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El rescoldo de las hostilidades está muy vivo entre Pedro Sánchez y Albert Rivera. La última bofetada vino del lado del líder de Ciudadanos cuando el pasado 12 de septiembre, en la primera sesión de control al Gobierno en el Congreso del curso, arrojó a la cara del Presidente las sospechas sobre su tesis. Naturalmente, Sánchez todavía anda digiriendo lo que consideró una “declaración de guerra” de Rivera que, a la vista de las sombras sobre la autoría y el plagio, ha supuesto un grave daño a su imagen y credibilidad.
Pero las afrentas personales, lo que rompió la relación entre dos dirigentes políticos que llegaron a ser socios fugaces de investidura, comenzaron bastante antes de los últimos y aciagos días del doctorado. El “antes y después”, al menos a ojos de Rivera, llegó con el debate de la moción de censura a Mariano Rajoy los días 31 de mayo y 1 de junio. La sintonía entre PSOE y Ciudadanos en el lance de la recusación al Gobierno del PP había ido mal encaminada desde el principio, con la desconfianza dominando las conversaciones.
Con esos mimbres, Pedro Sánchez subió a la tribuna de oradores y cargó contra Albert Rivera acusándolo de estar decidido a “desestabilizar al máximo posible” a Rajoy hasta conseguir un anticipo electoral. Aquella maniobra pilló desprevenido al líder naranja que montó en cólera. El propio Rivera y su entorno siempre han sostenido que Sánchez tergiversó y manipuló unas conversaciones privadas. Sea como fuese, aquello supuso un punto de inflexión, hasta ahora sin vuelta atrás, en la relación entre ambos.
La situación nunca se recondujo. Al contrario. El distanciamiento se ha hecho de modo ostentoso mayor, alimentado por el ninguneo del ya presidente del Gobierno al jefe de filas de Ciudadanos que sigue tragando hiel. Sánchez ha abofeteado a Rivera, dejándolo sin llamada para verse en La Moncloa, a diferencia de la cita inmediata que mantuvo con Pablo Casado, nada más ser coronado presidente del PP, con quien llegó a despachar durante tres horas. En conversaciones informales, Pedro Sánchez ha traslado un particularísimo desinterés en hablar de Albert Rivera, más allá de observarlo inmerso en “estrategias cortoplacistas”.
Un reproche, el del cortoplacismo, que siempre atribuyó Sánchez a Rivera. Incluso cuando fluía la relación, el secretario general del PSOE contemplaba con prevención el hambre del líder naranja por los titulares. “No todas y cada una de las conversaciones deben terminar plasmadas en un teletipo”, llegó a afirmar quejoso. Nimiedades cuando,absolutamente de espaldas, Pedro Sánchez ha eludido descolgar el teléfono para llamar a Albert Rivera, pese al triunfo de Ciudadanos en las autonómicas catalanas del 21 de diciembre. Nunca debió de relativizarse semejante gesta. Sin embargo, se hizo.
Los puentes hechos añicos quedaron refrendados con la voladura por Sánchez del pacto constitucionalista. Ahí los naranjas prometen dar la batalla y elevar la voz, pues de ninguna manera van a contribuir a blanquear a quien se ha echado en brazos “de los supremacistas de Quim Torra y del populsimo de Pablo Iglesias”. En la cúpula naranja mantienen además grabado a fuego que el presidente del Gobierno llegase a sostener que viven cómodos en la confrontación “cuando nosotros sufrimos señalamientos, ataques a sedes, pintadas, agresiones personales, etc”. El mismo Rivera llegó a considerarlo “indigno” deSánchez.
La guerra fría ha pasado a convertirse en conflicto hirviendo. Próxima batalla....