El voto de mi vida

Repasamos la actualidad de la semana en el juicio del 'procés'

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Patricia Rosety, jefa de Tribunales de COPE, analiza en 'Fin de Semana' el jucio del 'procés'

Patricia Rosety, jefa de Tribunales de COPE

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Una semana corta, pero con curiosidades. Empezábamos el lunes con siete diputados electos en la sala, cinco están en el banquillo y dos en la acusación popular, Vox. Dentro de la Sala ningún comentario, no está permitido, pero fuera todos los comentarios del mundo. Los abogados de Vox, Javier Ortega Smith y Pedro Fernández, suelen estar solos, pero el lunes estaban hablando con varios abogados de las defensas. Esa imagen no es habitual.

El lunes era el día de los observadores internacionales, supuestos observadores internacionales. Invitados por Diplocat, la CUP, o no se sabe quién, retrataron al acusado Raül Romeva como un hombre pacifista, defensor de los derechos humanos. Tan sólo la diputada canadiense, Mannon Massé, de Quebec, invitada por la CUP, admitió que fue en calidad de observadora. Los demás se refirieron a visitas informales y a reuniones o conferencias. El diputado alemán, Andrej Hunko, no se ocupó mucho de la invitación porque en esos días se dedicaba a los comicios federales de su país. Se pagó el viaje y la estancia en Barcelona excepto dos noches, que no sabe quien lo hizo, pero así se lo dijeron en el hotel y le pareció normal porque es una práctica habitual. El eurodiputado esloveno Ugo Vagel pretendió dar soluciones al conflicto de Cataluña en la sala. Marchena no se lo permitió. También llamó la atención a la eurodiputada portuguesa, Ana Gomes, que contó cómo vio por televisión, desde Portugal y junto a su nieta, las escenas de violencia del 1-O. Hasta ahí podíamos llegar. Intervino Marchena. “Con esta idea, cualquier ciudadano puede ser observador si viene a contar lo que vio por televión”, dijo el presidente del Tribunal. Y le aclaró que se trata de responder a preguntas concretas.

Y luego llegó el momento de Lluís Llach, cantautor y ex diputado autonómico. Al más puro estilo de sus actuaciones, teatral e irónico. Se podía pensar que sólo faltaba el piano. Compareció con el distintivo independentista, el lazo amarillo. Gafas y reloj a juego. Y un libro de Romeva. Se presentó como “ciudadano homosexual e independentista, aspirante a ciudadano del mundo” que le molestaba tener que responder a Vox, que fue la acusación que le propuso. Pero “sus respetables afirmaciones desbordan el sentido de su llamada y de su presencia”, le dijo Marchena.

Y tras ellos, todo un elenco de testigos de las defensas. Sus testimonios estaban en las antípodas de los de policías nacionales y guardia civiles en semanas anteriores. Nada que ver. Contaron que eran gente pacífica que quería votar. Sabían que el referéndum era ilegal, lo había prohibido el Tribunal Constitucional, y había órdenes de la Justicia catalana. Pero para ellos imperaban las decisiones catalanas, eran prioritarias, a pesar de que luego fueron anuladas. Según ellos, la violencia sólo procedía de las Fuerzas de Seguridad. Agarraban a la gente, la arrastraban y les apaleaban, algunos dicen que en la cabeza. Ellos estaban sentados, con las manos en alto, y gritaban “votarem, votarem”. Aunque reconocieron que impidieron a la policía entrar en algún colegio y que los Mossos no les advirtieron de nada. Era el “voto de mi vida, el voto más importante de mi vida”, así lo dijo un testigo de San Carlos de la Rápita, Tarragona. Por eso estaba allí y desde mucho antes de que se abrieran los colegios. Los hubo que durmieron en ellos. Hicieron yoga. Y también teatro.

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