Alemania condena a una yihadista por dejar morir de sed a una niña de cinco años a la que esclavizaba
Jennifer Wenisch se convirtió al Islam en 2011 y poco después viajó a Iraq, para contraer matrimonio con el yihadista asignado
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Jennifer Wenisch, una alemana que ahora tiene 30 años y oriunda de Lohne, Baja Sajonia, se convirtió al Islam en 2011 y poco después viajó a Iraq, para contraer matrimonio con el yihadista asignado, Taha Al-Jumailly. Durante varios meses, formó parte allí de la policía musulmana en Faluya y Mosul. Armada con un rifle, patrullaba las calles vigilando y haciendo cumplir las reglas de vestimenta femenina y demás normas establecidas por la sharia, como la prohibición de que las mujeres solteras salgan solas a la calle. En el verano de 2015, compró dos esclavas pertenecientes a la minoría yazidí, una niña de cinco años y su madre, prisioneras de Estado Islámico y a las que adquirió para que se ocupasen de las tareas de la casa y la atención a los animales. En el trato con los esclavos domésticos, los castigos son frecuentes y se consideran normales e incluso beneficiosos bajo el régimen talibán. El encargado de estos castigos suele ser el hombre de la casa, que habitualmente pegaba tanto a la niña como a la madre si las tareas no estaban hechas a su gusto, hasta que la pequeña murió a causa de los maltratos. Fue castigada por haberse orinado en un colchón, atada al exterior de una de las ventanas de la casa que daban al patio, donde fue obligada a permanecer durante horas bajo el sol, a una temperatura de casi 50 grados y sin beber agua. Murió deshidratada. Su madre no tuvo otra opción que permanecer al servicio de la familia.
La inteligencia alemana monitoreaba los movimientos de Jennifer Wenisch, al igual que son vigilados cientos de alemanes relacionados con el extremismo islámico y que a menudo regresan a Alemania, dado que son considerados un peligro potencial. En enero de 2016, Jennifer Wenisch fue detenida por los servicios de seguridad turcos en Ankara, durante unos de esos viajes, y después, extraditada a Alemania. Aún así no pudo ser acusada de ningún crimen hasta 2018, año en que intentó regresar junto con su hija de dos años a los territorios que aún controlaba el Estado Islámico en Siria. Durante ese intento, se confesó con el hombre que había organizado su viaje clandestino. Durante el primer traslado en coche, todavía sin salir de las fronteras alemanas, relató numerosos detalles sobre su vida en Iraq, sin saber que aquel traficante de personas era en realidad un informante del FBI que la conducía en un automóvil equipado con micrófonos y que grabó toda la historia. La Fiscalía utilizó las cintas para acusarla en el primer juicio relacionado con crímenes cometidos contra los yazidíes, la minoría kurda asentada en el norte de Iraq. La Audiencia Territorial de Múnich, según reza la sentencia, "consideró probado que la acusada no se esforzó por salvar a la niña, a pesar de ser consciente del estado muy grave en el que se hallaba". Considera que durante las 77 vistas ha quedado probado que la menor y su madre fueron esclavizadas en el hogar de la acusada y de su marido, entre mayo o junio y agosto de 2015, por su condición de miembros de una minoría étnica. Ha sido condenada a diez años de prisión.
La sentencia, sin embargo, no satisface a los activistas por los derechos de los yazidíes, una minoría perseguida por los yihadistas en Siria, que esperaban una cadena perpetua. Los momentos más intensos del juicio se han vivido durante el testimonio de la madre de la niña, Nora T., que ahora vive como refugiada y oculta en Alemania. Relató los trabajos diarios a los que era sometida su hija, sin lugar a dudas demasiado pesados para una niña de su edad, y el estado de terror constante en el que vivía la pequeña por temor a los castigos. Nora T. ha descrito cómo la etnia yazidí es considerada por debajo de la escala humana, por parte de los yihadistas, de manera que recibe el mismo trato vejatorio que los animales.