Nicaragua: Ortega es a Murillo lo que Murillo a Ortega

Ortega también señala a Colombia

Juan Andrés Rubert

Publicado el - Actualizado

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El tándem que conforman Daniel Ortega y Rosario Murillo rige los designios de Nicaragua. No hay muchos casos en todo el mundo de un matrimonio que ostenta lo más importante del poder Ejecutivo de un país. Por un lado, Daniel Ortega, presidente de Nicaragua; por otro, Rosario Murillo, vicepresidenta. Cualquiera pensaría que antes de dirigir este país ambos formaran parte del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSDL). Esta organización fue la guerrilla que combatió por hacer desaparecer la dinastía dictatorial de los Somoza en Nicaragua y que, curiosamente, es el partido político que ahora mismo gobierna desde el año 2007.

El FSLN se fundó como un movimiento de inspiración socialista y mirando hacia la Revolución Cubana. Una inspiración y unos ideales que poco a poco se han ido desvaneciendo, ya que la sintonía de Ortega con el sector empresarial es total, y mucho más con el capitalismo. Estas contradicciones ideológicas le han forzado al mandatario a renunciar a muchos de los puntos fundacionales revolucionarios del FSLN. A pesar de todo, el discurso de Ortega siempre ha estado marcado por su fuerte carácter anticapitalista. Para poner un ejemplo, un dato: la inversión extranjera en Nicaragua se ha triplicado, según datos del Banco Mundial. Además, este país será el segundo de la parte de Centroamérica que más crecerá durante este 2018 con una subida cercana al 4,7 por ciento, según asegura el Fondo Monetario Internacional. Datos que certifican la perfecta armonía entre el discurso “revolucionario” y “anticapitalista” de Ortega y el sector privado.

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Ortega es a Murillo lo que Murillo a Ortega. Ambos toman de forma conjunta las decisiones de gobierno y van de la mano en todos y cada uno de los asuntos de la política de Nicaragua. No cuentan, ni mucho menos, con la simpatía de todos aquellos que formaron parte de aquel FSLN que derrocó a los Somoza. Los detractores de Ortega y Murillo sostienen que lo único que pretenden es abrazar el poder a toda costa y perpetuar el apellido Ortega. Sus excompañeros de partido le acusan de destrozar los ideales del sandinismo, de ejercer el poder de forma autoritaria y de nepotismo. Y es que, según dicen estos detractores, comparte el poder con su esposa mientras sus hijos son dueños o dirigen grandes medios de comunicación oficialistas y algunos ocupan cargos públicos de importancia.

Un proyecto dinástico cuya única preocupación es el poder. Una dictadura disfrazada de democracia que ni siquiera cumple sus propios principios ideológicos. Este tándem cuenta con el apoyo inquebrantable de Caracas, y una relación más que aceptable con La Habana. Esa perpetuidad en el poder la están consiguiendo gracias a la enorme inversión extranjera y el apoyo al sector privado. Relaciones artificiales pero necesarias para alcanzar los objetivos por un lado y por otro, ya sea en el ámbito político o económico. El poder del matrimonio Ortega es casi absoluto. Capitalistas enamorados del poder. Controlan el Ejército, la Policía, el Congreso y el tribunal electoral.

Los efectos de la revolución sandinista

Entre 1979 y 1990 tuvo lugar la llamada Revolución Sandinista, años en los que Ortega fue presidente desde 1984 y 1990. Gobernó por primera vez al frente de la Revolución que derrocó al régimen de los Somoza en 1979 con apoyo de Cuba y la Unión Soviética, en medio de una guerra contra la guerrilla de los “contras” apoyadas por Estados Unidos, un conflicto que dejó unos 35,000 muertos hasta 1990.

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El exguerrillero marxista, tras perder las elecciones de 1990 ante Violeta Barrios de Chamorro, se despojó del uniforme militar y adoptó la indumentaria de paisano como líder de la oposición. Tras su retorno al poder, en 2007, cayó rendido al empresariado y al sector privado, con el que ha cogobernado los últimos 11 años par mantenerse en el poder. Un modelo de gobierno que él llama de “diálogo y consenso”, aunque excluyendo a otros sectores que no considera tan amigos.

Tras alargar su estancia como presidente en 2011, gracias a una maniobra legal, Ortega ha dejado el poder prácticamente en manos de Murillo, su portavoz oficial y a quien convirtió en su vicepresidenta en las elecciones de 2016. Ahora afrontan una de las situaciones más difíciles en Nicargua en los últimos años.