Europa sí, Bruselas no

Los británicos no se van del todo: solamente se recuerdan a sí mismos quiénes son

British Prime Minister Boris Johnson awaits vote on his general election motion.

Paloma García Ovejero

Publicado el - Actualizado

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Todos los remainers querían lo mismo: quedarse; pero ningún partido ni movimiento consiguió agruparlos. En cambio, cada brexiteer tenía sus razones -propias o alquiladas- para marcharse de la UE. Y casi todas convergen en una: recuperar la identidad perdida.

¿Se sienten superiores? En parte, sí. ¿Se saben diferentes? Desde luego, y lo llevan a gala. ¿Son europeos? Absolutamente. ¿Entonces? Ante un enemigo común, renace algo parecido a la autoestima colectiva. El espejismo de que los wonder years vuelven a ser un sueño posible.

“Brexit as a philosophy”, defiende Peter. Es filólogo y profesor de inglés, originario de Liverpool, cincuentañero. “Se resume justo al revés de eso que decís los españoles: mi casa no es tu casa. Puedes venir, pero yo te digo dónde y a qué. Mucha gente se ha dejado seducir por la magia de Boris que, en el fondo, es la misma magia de Trump”, aclara Peter desde la City.

“El brexit tiene que ver menos con la relación entre Gran Bretaña y la UE que con la relación de Gran Bretaña consigo misma”, afirma el politólogo Xavier Peytibi. Y destaca la tesis de Fintan O’Toole en Un fracaso heroico -libro del año 2018 según The Times-, que plantea el brexit como la consecuencia de un nacionalismo inglés que se mueve entre el sentido de agravio y el sentido de superioridad“El brexit son aquellos que creen que no tienen nada que perder dirigidos por aquellos que, pase lo que pase, no van a perder nada”, es la frase que lo resume.

Maureen e Ivonne callan cuando todos los demás se dedican a exaltar las bondades de este divorcio. Son ellas las que han organizado el Chilli Evening -chili con carne, casero, en versión picante, medio y suave, como excusa para combatir la melancolía de enero- y escuchan en silencio a sus vecinos. “Brexit is about rejecting the political idea of Europe, not Europe! We love Europe!”, proclama Esther. Ella y su marido, diplomático jubilado, han recorrido el mundo entero, y disfrutan explicando su postura: “¡Nosotros nos sentimos europeos! Somos muy europeos socialmente: fútbol, tecnología, viajes, pero también comercio y negocios. Los británicos somos parte de Europa y siempre lo seremos”. Michael, el joven político que representa a esta comunidad de Westminster, se cambia de mesa para completar el argumento: “Yo soy muy europeo, pero tener un gobierno en Bruselas diciéndome qué hacer… ¡no! 47 años es suficiente”. Todos ellos han votado sí al Brexit. Y subrayan: “Somos inclusivos, a partir de ahora trataremos igual a los que lo apoyaron que a los que no. Somos todos británicos”. Faltan solo siete días para el 1 de febrero cuando tiene lugar esta cena, pero Maureen -catedrática en Oxford- evita responder; cabecea y se levanta a servir vino. Ivonne, irlandesa afincada en Londres desde los años 60, sigue comiendo sin levantar la vista del chili. Ninguno tiene ganas de discutir. Según explica Frank, marino mercante, cuando llega el postre: “Han sido cuatro años demasiado largos; hasta los pesimistas nos hemos cansado de serlo”.

Los británicos nunca aceptaron, es cierto, la idea política de Europa pero, al mismo tiempo, son la nación más global y conectada con el resto del mundo: la Commonwealth, la OTAN, el Tratado de Roma, los G7, G8, G20… Y siempre entre los socios fundadores. Quizá, como dice la catedrática Belén Becerril, la palabra que lo explica todo es “Imperio”. O sea, lo de Los Nikis.

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