¿Quién es Alexander Lukashenko? El último baluarte autoritario en Europa
El polémico mandatario bielorruso, en la presidencia desde 1994 bajo sospechas de fraude, ejerce el poder con mano dura y represión ante todas las voces opositoras
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La reciente detención de Roman Protasevich, periodista crítico con el régimen bielorruso, ha vuelto a situar al polémico presidente de dicho país, Alexander Lukashenko, en el centro del foco mediático.
Su mandato, muy discutido y criticado en toda Europa, se ha visto amenazado desde que a medidados del año pasado, un nutrido grupo de bielorrusos decidiese revelarse y tomar las calles a modo de protesta pacífica motivados por las sospechas de amaño en las elecciones y por la falta de libertades en el país.
Desde ese momento, parece que el pueblo bielorruso ya no entiende de miedos, pero lo cierto es que el Estado sigue tratando de disuadirles a golpe de represión y mano dura. Esas son las premisas que sigue Lukashenko, el último bastión autoritario que queda en Europa.
Alexander Lukashenko llegó a la presidencia en 1994, convirtiéndose en el primer -y hasta la fecha, único- mandatario de la Bielorrusia independiente tras la caída de la Unión Soviética.
Era una época en el que el país atravesaba por una situación muy complicada, devastado por las consecuencias de las guerras que le llevaron a perder casi un tercio de su población y a atravesar graves problemas económicos y sociales en una nación todavía en pañales.
En un primer momento, Lukashenko fue percibido por buena parte del país como el único capaz de detener el colapso inminente gracias a su incesante lucha contra la corrupción, que le llevó a convertirse en el presidente del Comité Anticorrupción del parlamento de Bielorrusia en 1993, un año antes de alcanzar la presidencia.
Este era uno de los grandes males presentes en el país, por lo que su gestión en este ámbito realizada durante los años previos a los primeros comicios, le permitieron ganarse a buena parte de sus convecinos.
Además, Lukashenko también era visto como un férreo defensor de la identidad nacional y de las fuerzas de seguridad, algo clave teniendo en cuenta que estamos hablando de un periodo en el que los bielorrusos tenían poco a lo que agarrarse.
Sin embargo, lo que en una primera instancia parecía una solución, terminó siendo un grave problema. Su llegada al poder significó el ascenso de un hombre duro con mano de hierro, que no repara a la hora de ejercer su soberanía desde la fuerza y con claras tendencias autoritarias.
Estas comenzaron a hacerse más notorias con el paso de los años, como bien prueba el referendum convocado en 2004 para eliminar el número máximo de mandatos, que por aquel entonces estaba en dos de cinco años, justo antes de presentarse -y ganar- por tercera vez a los comicios en 2006.
Una vez eliminado el único impedimento legal que podría alejarle del poder, Lukashenko tenía vía libre para gobernar indefinidamente Bielorrusia, acallando a todas y cada una de las voces opositoras que han ido surgiendo y utilizando, sin ningún reparo, medidas dictatoriales como el encarcelamiento de contrarios o la represión desde la fuerza.
En total, el autoritario líder bielorruso ha salido electo en seis comicios diferentes, los últimos celebrados el pasado año, y siempre con un porcentaje de voto superior al 70%, lo que con los años ha ido alimentando lo que podría ser un caso de amaño electoral de manual. De hecho, así lo ha certificado la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa en varias ocasiones.
Buena prueba de estos arreglos podrían ser los resultados en las dos últimas elecciones. En 2015, iniciaba su quinto mandato tras obtener el 83% de los votos en medio de múltiples denuncias y quejas por parte de la población, situación que fue a más en los comicios de 2020, en los que obtuvo el 80% de los votos después de arrestar y expulsar a sus principales rivales en la oposición, desatando una oleada de protestas y un malestar generalizado que continúa a día de hoy.
Un clímax que ha llevado a numerosas organizaciones internacionales a tildar al gobierno bielorruso como dictadura camuflada, pudiendo considerarse el último país europeo con un régimen autoritario.
Sus orígenes humildes
Lukashenko tiene unos orígenes muy humildes. Criado en la precaria RSS de Bielorrusia de mediados del siglo XX, se formó en campos como la Historia y la Agricultura, aunque sus intereses políticos y militares siempre se dejaron entrever.
Entre 1975 y 1977 sirvió al Ejército Soviético en las tropas de frontera, tras lo que se erigió como líder de la Komsomol, la organización juvenil comunista, en la provincia de Maguilov, cargo que ostentó hasta 1978.
Al poco, Lukashenko se afilió al Partido Comunista de la URSS y regresó a las fuerzas armadas, ejerciendo como oficial de infantería entre 1980 y 1982.
Tras este período, de distanció brevemente de la vida política, pasando a asumir la vicepresidencia de una granja estatal durante tres años, en los que llegó al puesto de director. Poco después, ejercería también como director de una planta de materiales de construcción.
Ya para 1990, Lukashenko entra de lleno en los altos cargos políticos de su país, consiguiendo un acta de diputado en el Soviet Supremo de la aún soviética Bielorrusia, formando parte de la facción del partido comunista que defendía el mantenimiento de la URSS.
Defensa férrea de la URSS
Lukashenko nunca se ha escondido ni ha cambiado de opinión en torno a su férrea defensa del régimen soviético y de la propia URSS, aunque siempre desde una posición cercana a la línea más dura del comunismo soviético.
De hecho, Lukashenko fue una de las voces a favor del el intento de golpe de Estado contra el gobierno de Mijaíl Gorbachov de 1991, perpetrado por miembros de las corrientes más férreas del comunismo para tratar de mantener en pie una URSS en las últimas.
Del mismo modo, unos meses después, Lukashenko fue el único parlamentario bielorruso en votar en contra del Tratado de Belavezha, que terminaría significando la disolución definitiva de la Unión Soviética, convencido de que esta separación sería la mayor tragedia del siglo XX.
Férreo defensor del socialismo soviético, Lukashenko siempre se ha mostrado partidario del ideario de Lenin y de Stalin, a los que considera los padres de la URSS y figuras a venerar a las que un día le gustaría llegar a parecerse.
Medidas propias de otra época
Sus mandatos al frente de Biolorrusia se han caracterizado, a lo largo de estos 27 años, por el uso de medidas más propias de siglos pasados que del actual.
En su Bielorrusia permanece vigente la pena de muerte, siendo el único territorio de Europa que sigue aplicando la sentencia capital.
Del mismo modo, ejerce el poder desde una autoridad cuasi absoluta de la que él mismo se ha jactado en múltiples ocasiones, reconociendo que su manera de gobernar estaba basada en el autoritarismo para conseguir controlar el país. Para ello, no duda en utilizar todas las medidas a su alcance, por duras que sean.
Así, ejerce una represión brutal ante cualquier voz disidente, que acalla con todo lo que sea preciso para conseguirlo, como ha demostrado con el encarcelamiento del periodista opositor Roman Protasevich, para el que fue necesario desviar un avión en pleno vuelo.
Además, prácticamente ha obligado a todos los dirigentes opositores a abandonar el país, puesto que en caso contrario han ido siendo detenidos y encarcelados, como hizo con el activista Serguéi Tijanovski, que se perfilaba como uno de sus rivales más serios en los comicios de 2020.
Del mismo modo, el líder bielorruso no duda en usar la fuerza para disolver las manifestaciones pacíficas en su contra, deteniendo a diestro y siniestro a todo aquel que se considere en su contra.
Para imponer su propia ley, Lukashenko se hace valer de la ayuda de los servicios especiales de la KGB, que mantiene su antiguo nombre en el territorio bielorruso.
Por el momento, y a pesar del aumento progresivo de las voces disidentes y del hartazgo de un pueblo que vive cada vez en peores condiciones, Lukashenko consigue mantenerse en el poder, sorteando tanto las sanciones impuestas por la Unión Europea y por los Estados Unidos, como las llamadas de atención de organizaciones internacionales por su vulneración continuada de los derechos humanos. Un poder que sigue ejerciendo con mano dura.