Ante el ocaso de un coloso de la Iglesia

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Desde que el Papa Francisco desveló ayer la grave debilidad de su predecesor, Benedicto XVI, la Iglesia universal se ha movilizado en oración para suplicar al Señor la fortaleza y el consuelo en estos momentos. Los obispos españoles han pedido a sus diocesanos que se unan también a la oración que el Santo Padre elevó al anunciar el precario estado de salud del que ha sido uno de los grandes colosos de la Iglesia en los últimos tiempos. Aunque no se conoce con precisión la dolencia del Papa emérito, parece lógico pedir, a su avanzada edad de 95 años, no tanto por su estado de salud como por su fortaleza ante la prueba final de su vida, enteramente consagrada al servicio de la Iglesia.

Tiempo habrá para recordar la titánica labor desarrollada por Joseph Ratzinger al servicio de la fe católica a través de sus numerosos escritos como teólogo y de su labor pastoral como sacerdote, obispo y Papa. Benedicto XVI ha vivido con lucidez y dolor el ocaso de la fe en Occidente, que ha significado el oscurecimiento de la razón y del sentido de la vida. Esto le ocasionó acerbas críticas por parte de algunos sectores intelectuales, pero también el reconocimiento agradecido de muchas personas de toda condición, incluyendo muchos no creyentes. Arraigado en la gran Tradición católica, ha sido un gran promotor del diálogo de la fe cristiana con el mundo contemporáneo, y ha entendido que la Iglesia debe vivir en continua renovación y debe encontrar nuevas formas de presencia y nuevos lenguajes en un mundo que cambia aceleradamente. Su gesto de renuncia al pontificado ha tenido también un valor profético, subrayando que la Iglesia está siempre en manos de su Señor.