J. L. RESTÁN | LÍNEA EDITORIAL

Signos de esperanza en medio de un mundo atribulado

En su discurso anual a los miembros del Cuerpo Diplomático, el Papa se ha centrado esta vez en la Declaración de los Derechos Humanos, al comienzo de un año en el que se celebrará el centenario del final de Primera Guerra Mundial.

José Luis Restán

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En su discurso anual a los miembros del Cuerpo Diplomático, el Papa se ha centrado esta vez en la Declaración de los Derechos Humanos, al comienzo de un año en el que se celebrará el centenario del final de Primera Guerra Mundial. Los Derechos Humanos tienen su fundamento en la naturaleza que aúna objetivamente al género humano. Fueron enunciados para favorecer lo que la Doctrina Social de la Iglesia llama “desarrollo humano integral”. Francisco ha reconocido que duele constatar cómo muchos derechos fundamentales están siendo todavía hoy pisoteados. El primero, entre todos, el derecho a la vida, a la libertad y a la inviolabilidad de toda persona.

Defender el derecho a la vida y a la integridad física significa además proteger el derecho a la salud de la persona y de sus familias, y trabajar activamente por la paz, tan puesta en entredicho en muchos lugares del mundo. El Papa Francisco ha querido dedicar una palabra especial al cuidado de la Tierra, al derecho al trabajo que toda persona tiene, y al derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. También ha subrayado el valor de la familia y ha denunciado que, especialmente en Occidente, se considere una institución superada, cuando es la roca sobre la que se puede construir la vida personal y social. Hoy más que nunca estamos llamados a ser signos de esperanza en medio de un mundo atribulado y a apostar por la familia, sin la cual no es posible construir ninguna sociedad con futuro.