Azar y don

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

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Hemos vivido en las últimas horas la ilusión y la celebración que acompañan al sorteo de la lotería de la Navidad todos los años. El sorteo es puro azar, una fortuna ciega reparte casi 3.000 millones de euros en premios. Pero la estadística señala que la probabilidad de que un décimo sea premiado es bastante baja. Si se aplicara una racionalidad económica difícilmente estaría justificada la inversión que se realiza. La ilusión de obtener un premio se une a la ilusión de mejorar las condiciones de vida, al menos, como se dice habitualmente, de poder “tapar algunos agujeros”. En realidad, el sorteo de la lotería despierta un mecanismo interesante.

Normalmente pensamos que lo que se tiene debe corresponder a lo que se merece. Cuando se utilizan los medios adecuados se alcanzan los fines buscados. Si somos guapos es porque hemos pasado muchas horas en el gimnasio, si somos ricos es porque hemos estudiado mucho y elegido bien nuestra profesión. Vivimos rodeados de lo que hemos producido. De hecho, ya hasta producimos niños genéticamente mejorados. Sin embargo, el nacimiento de un niño es la muestra más clara de la desproporción entre los medios utilizados y el resultado obtenido.

La fortuna que reparte dinero con los décimos premiados ensalza por unos momentos el azar. Y el azar, en cierto modo, indica que no todo es previsible, que no todo funciona según leyes que ya conocemos. Todo sucede por algo, pero hay motivos que son misteriosos. De hecho, la propia existencia, la vida, no es un producto “necesario”. Es la gran lotería, la recibimos y la mantenemos sin merecerla.