Madrid - Publicado el - Actualizado
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La lectura del manifiesto del 8-M es la prueba más evidente de la manipulación que determinados partidos políticos y fuerzas sociales están haciendo de la legítima reivindicación de los derechos de la mujer y de las medidas para una real igualdad social. El texto con el que los grupos convocan a las manifestaciones, además de ser una mezcla de denuncias, juicios históricos, análisis de política internacional, deseos y señalamientos de enemigos políticos, parte de una concepción de la mujer alejada de una correcta perspectiva sobre su naturaleza y el peso de la cultura en su desarrollo personal y social. Su claro sesgo populista, contrario a la economía de mercado y a la democracia liberal, le convierte en un panfleto propio de la izquierda más extrema.
Junto a legítimas propuestas como la de la lucha contra la violencia machista, la justicia social, el trabajo digno, la vivienda, la acogida a los inmigrantes o la salud, incluye los presupuestos de la ideología de género que coloniza a las personas y a los pueblos. Reivindica el derecho a decidir sobre el cuerpo, que concreta cuando más adelante pide que “el aborto esté fuera del Código Penal, se reconozca como un derecho de las mujeres y se garantice en la sanidad pública”. Además exige una educación afectivo-sexual en los colegios “libre de estereotipos sexistas, racistas y LGTBIfóbicos”.Y como parece ser que está obligado a ser un manifiesto que no deje fuera ningún tema, también apunta a la necesidad de una lucha por “la laicidad”. Una laicidad que, en el contexto del manifiesto, es sencillamente laicismo radical.