Acoger al migrante, un deber inexcusable

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

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La Iglesia ha reclamado en numerosas ocasiones el derecho a no migrar. Las injustas relaciones económicas mundiales son indisociables del fenómeno migratorio, que no se entiende fuera de este contexto. Por eso, el Papa, en su primer discurso en Luxemburgo, empezó reclamando mayor solidaridad con las naciones más pobres, para, a continuación, animar a sus anfitriones a ser ejemplo en la acogida e integración de migrantes y refugiados. Citando a san Juan Pablo II, Francisco advirtió de que la acogida y apertura a todos “no admite ningún tipo de exclusión”, y las calificó de “deber de justicia, aún antes que de caridad”.

Con suavidad, pero con claridad y contundencia, el Papa situaba así las migraciones en un lugar destacado de su agenda en Luxemburgo y Bélgica. El momento es delicado, y Francisco lo sabe. Muchos europeos ven el futuro con incertidumbre, y los populismos han encontrado un chivo expiatorio en el extranjero. El Papa apela a una Unión Europea que aspire a estar a la altura de sus ideales fundacionales a no caer en esta trampa. A los cristianos, sin embargo, les recuerda que, para ellos, la exigencia es todavía mayor. Dios no solo camina con las personas migrantes; desea ser encontrado en ellas. La oración del Papa para la Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado, que se celebra este domingo, es un recordatorio de que el cristiano vive en su propia patria como extranjero. Del mismo modo, estamos llamados a tratar al extranjero como a un hermano o hermana, igualmente ciudadano del Cielo.