Madrid - Publicado el - Actualizado
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El hallazgo del cadáver de Gabriel Cruz, el niño de ocho años desaparecido en la localidad almeriense de Níjar el pasado 27 de febrero, ha conmocionado a la sociedad española. Las características del caso, la implicación directa en su búsqueda durante la última semana de varios centenares de voluntarios y la implicación, de otro tipo, que hoy nos permiten a muchos las nuevas formas de comunicación social, han hecho que la fatal resolución del suceso haya tocado a millones de personas de bien.
Desgraciadamente todo apunta a que una vez más el asesinato se ha producido en el entorno más próximo de la víctima. En medio del drama, hay que felicitar a la Guardia Civil, que ha hecho un trabajo discreto y eficiente, al frente de un equipo amplísimo de profesionales y especialistas que han trabajado hasta el final, peinando al milímetro la zona, y buscando en más de 400 puntos para intentar localizar al pequeño.
Por difícil que sea, la mejor forma de acompañar a la familia es manteniendo la calma, confiando en los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, y confiando también en la Justicia. La solución a la brutalidad no es responder desde la irracionalidad. Buena prueba de ello es el desahogo violento, que ha vuelto a tener su espacio en las redes sociales.
En medio de ese río revuelto por la indignación popular hay que saber poner la adecuada serenidad. A los creyentes, en particular, nos corresponde poner paz donde haya odio y acompañar a la familia con la oración, alejados de confrontaciones que, desde la simplificación ideológica, son incapaces arrojar luz para poder defender siempre el irrenunciable valor de toda vida humana y la necesidad de proteger con eficacia a la sociedad de crímenes tan horribles como el del pequeño Gabriel.