Madrid - Publicado el
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Groenlandia celebra elecciones en medio de una inédita expectación mundial. El único precedente medianamente comparable es el referéndum en el que la isla autónoma perteneciente a Dinamarca decidió abandonar la Comunidad Económica Europea. Aquello sucedió en 1985. Las amenazas de Donald Trump de anexionarse este territorio, por las buenas o por las malas, han evidenciado el valor estratégico y económico de la isla, la más grande del mundo, aunque su población no llegue los 60.000 habitantes. El independentismo ha experimentado un fuerte crecimiento en las encuestas. Es la respuesta al estilo agresivo de Washington y, en segundo lugar, a la toma de conciencia de una mayor capacidad negociadora frente a Copenhague. Las relaciones con la metrópoli, cierto, nunca han sido mejores que en la actualidad. Pesan, sin embargo, siglos de colonialismo y dolorosos episodios de vulneración de derechos que solo ahora empieza a reconocer la sociedad danesa. Resulta muy difícil, por ello, encontrar a partidarios de la unión con Dinamarca. Pero eso no impide que se abra paso cierta línea pragmática, independentista pero cauta. En los últimos tiempos la relación entre Groenlandia y Dinamarca se basaba en una noción pragmática y flexible del concepto de soberanía, acorde a la realidad de la Europa del siglo XXI. Los apetitos de rusos y norteamericanos sobre el Ártico parecen, por el contrario, empujar hacia atrás el reloj, al equilibrio de poder del Congreso de Viena. Más que soberanía sí o no, la cuestión que se le plantea hoy en las urnas a Groenlandia es bajo qué paraguas prefiere resguardarse.