Groenlandia, como metáfora del momento de Europa

A falta de menos de una semana para la toma de posesión de Donald Trump, Europa asiste entre atónita e impotente a la consumación de un escenario de pesadilla. Por el este, el imperialismo del Kremlin no se detiene en Ucrania, como muestra la intensa actividad militar rusa en el Báltico. En situaciones así, los europeos se habían acostumbrado a recibir apoyo desde el otro lado del Atlántico, pero esta vez se encuentran con más desestabilización, como si entre la Casa Blanca y Putin se perfilara un nuevo Pacto Ribbentrop-Mólotov para repartirse el Ártico. Las amenazas de Trump para hacerse con Groenlandia, un territorio de ultramar de la Unión, se han tomado con la seriedad que merecen. Una intervención armada resulta impensable incluso para él, pero hay métodos menos convencionales a los que podría recurrir para salirse con la suya, por ejemplo, manipulando los fuertes sentimientos independentistas locales. La isla, de tamaño cuatro veces superior al de España, tiene menos de 60.000 habitantes, básicamente subsidiados por Dinamarca. El deshielo, sin embargo, facilita el acceso a los minerales bajo su suelo, mientras el valor estratégico-militar del territorio se acrecienta en un contexto de creciente rivalidad entre grandes potencias. A esto añade Copenhague un motivo adicional de preocupación: no todas las capitales europeas han salido en su defensa; otras se han puesto de perfil. Y entre los grandes países que sí han dado la cara, como Francia y Alemania, la situación es de parálisis política, resultado de divisiones internas que debilitan a la Unión en el momento más inoportuno posible.