J.L. Restán | Línea Editorial

Irak después del Daesh

La derrota del Daesh en Mosul significa un paso de gigante hacia la paz en Irak, pero el camino no está todavía despejado de peligros. No se trata solo de las acciones terroristas, que a buen seguro continuarán. La mayor amenaza son hoy las tensiones separatistas en el Kurdistán, que pueden avivar las disputas sectarias en todo el país e incluso en el conjunto de Oriente Próximo, escenario de un conflicto entre sunitas y chiitas, con los principales focos en Siria, Yemen y en el propio Irak. La implicación de la comunidad internacional es fundamental para que no se repitan errores como los que siguieron al derrocamiento de Saddam Hussein en 2003. Es imprescindible un gobierno integrador en Bagdad que respete a las minorías y reconozca autonomía a las regiones. Esta ha sido siempre la postura defendida por la Iglesia caldea, mayoritaria dentro de la minoría cristiana. Por ello el patriarca Luis Sako rechazó hace unas días participar en una conferencia en la sede del Parlamento Europeo en Bruselas que abogaba por crear una especie de cantón para los cristianos. La respuesta de los caldeos fue que su futuro está «ligado al de todo el pueblo iraquí». La solución no es crear, por tanto, guetos, sino integrar a todas las comunidades bajo un mismo concepto de ciudadanía que respete la libertad religiosa de todos. Por arbitrario que pudiera ser hace un siglo el trazado de fronteras que hicieron franceses y británicos, redibujar ahora las fronteras de Oriente Medio según criterios étnicos o religiosos no solo no resolvería los problemas actuales, sino que generaría otros nuevos.

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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