Los faroles de Puigdemont
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La historia de Puigdemont y su soñada investidura es tan repetitiva que corre el riesgo de acabar agotando a sus propios guionistas. El plazo para la celebración de la investidura del nuevo Presidente de la Generalitat se está agotando. Puigdemont sabe que si regresa a España será detenido y que no hay negociación que valga. Y sabe, pese a sus juegos de malabares, que las estratagemas para dilatar la celebración del Pleno de investidura no darán resultado a medio plazo.
Para ser investido Puigdemont debería estar presente en el hemiciclo, lo que debería forzar a sus socios a aceptar el peso de la realidad y presionar para que el candidato sea otro. Ya lo consiguieron una vez, y no hay por qué pensar que no pueda volver a suceder.
Mientras tanto, la Generalitat sigue intervenida, la vida política hipotecada, la economía ralentizada y la sociedad dividida. El artículo 155 ha tenido un efecto anestésico y no convendría que la vida política española se acostumbrara a la interinidad. Por el bien de las instituciones de autogobierno, Puigdemont debe dar un paso atrás. Ya escapó una vez de sus responsabilidades y no parece que nadie vaya a concederle una segunda oportunidad.