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Incluso para un líder tan poco convencional como Donald Trump va demasiado lejos la salida de tono de amenazar con retirar a EE.UU. de la Alianza Atlántica. En su propio país, no son solo entre los demócratas sino también entre los republicanos, hay desconcierto por el trato a Europa en contraposición al idilio con Vladimir Putin. Tiene razón Trump al quejarse de que los norteamericanos cargan con el grueso del gasto militar en la OTAN pero su manera de abordar el asunto es irresponsable, lanzando críticas ofensivas contra Alemania o fomentando divisiones internas en la Unión.
Esté en Bruselas o en Londres, a quien se dirige Trump es a su base electoral, por lo que cualquier argumento o dato objetivo le deja indiferente. Con todo, haría bien en tener en cuenta la advertencia del presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, de que aprecie a sus aliados, porque no tiene “tantos”. Es cierto que los vínculos trasatlánticos están por encima de quien ostente el poder en cada momento. Pero no es inocuo este clima de sospecha que ha instalado Trump, ya sea en la cooperación militar o con la subida de aranceles. Hay decisiones como el gasto en armamento o la firma de acuerdos comerciales que no pueden esperar a un nuevo inquilino en la Casa Blanca. A menos que haya una rectificación, estos años tumultuosos supondrán serios pasos atrás que costará corregir.