'Línea Editorial'
Una laicidad decimonónica
Un amplio sector de la sociedad española reclama anualmente que sus hijos cursen la asignatura de religión por la que optan libremente.
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La ministra de Educación, Isabel Celaá, ha anunciado este fin de semana que el Gobierno quiere volver al pasado: a una asignatura de religión cuya nota no cuente. Si la nota de una asignatura no cuenta, en realidad no es una asignatura. Llama la atención que un Gobierno con tan poco apoyo parlamentario y tan poco margen de maniobra se concentre en cuestiones de alto voltaje ideológico que son rechazadas por una buena parte de la sociedad española. Si esta medida se lleva a cabo significará que en materia de laicidad Sánchez no es un líder de la izquierda del siglo XXI sino de la izquierda del siglo XIX. Un amplio sector de la sociedad española reclama anualmente que sus hijos cursen la asignatura de religión por la que optan libremente.
Como ha señalado recientemente Macron, un líder nada sospechoso, las democracias europeas necesitan que la dimensión religiosa sea un factor no privado sino público. Cada vez es más evidente que los valores cívicos que fundamentan nuestra democracia no se mantienen por sí solos. Todas las propuestas de sentido, sometidas y traducidas a la racionalidad que exige la convivencia cívica en una sociedad plural, deben comparecer en el foro público para sostener la democracia. Esa es una de las razones por las que a todos nos conviene que haya asignatura de religión. La religión no quita nada a la laicidad, la defiende y garantiza. El peligro no es una hegemonía religiosa que nadie pretende sino un nihilismo que ya no tiene aprecio alguno por los fundamentos de nuestro sistema democrático.