Madrid - Publicado el - Actualizado
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El 16 de mayo de 1966 Mao Zedong aprobaba una directiva secreta para exterminar los restos burgueses de China. El objetivo real era erradicar cualquier atisbo de resistencia interna que amenazara con alterar el rumbo político del país, como había sucedido en la Unión Soviética tras la desaparición de Stalin. Comenzaba la Revolución Cultural, que durante una década, hasta la muerte de Mao, costó la vida a unos 2 millones de personas y la cárcel o la deportación a más del doble, entre otras al actual presidente, Xi Jinping.Es imposible dar cifras exactas, pero lo que ha quedado grabado a fuego en el recuerdo de los chinos es la brutalidad de aquel infierno, en el que se alentaba incluso a los hijos a denunciar y ajusticiar a sus padres. Unos pocos años después, el régimen chino se desmarcó de esos sucesos, pero exculpando al Gran Timonel. Ni una palabra más se ha dicho desde entonces. Tampoco estos días ha habido una sola conmemoración, seguramente por miedo a que pueda derivar en algo similar a la Perestroika de Gorvachov. El silencio resulta inquietante porque coincide con una nueva ofensiva del régimen para controlar a confesiones religiosas, intelectuales y ONGs. El régimen chino sigue viendo amenazas por todas partes y criminalizando a quien se atreve a pedir respeto a los derechos humanos, lo cual significa que las lecciones de la Revolución Cultural todavía no han sido aprendidas.