Madrid - Publicado el - Actualizado
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Podemos es una amalgama que podría haberse configurado desde la base. Pero el proyecto liderado por Pablo Iglesias, retóricas aparte, ha optado por empezar la casa por el tejado y en torno a un líder que sigue considerándose imprescindible.En un sistema democrático y plural de partidos es siempre legítimo que aparezcan nuevas fuerzas con vocación de mayoría. El problema de Podemos es que ha copado el poder no tanto para cambiar las instituciones, como para usarlas en provecho propio y de un líder que tiende a comportarse a modo de caudillo.A estas alturas, Iglesias y sus gentes, los errejonistas y la izquierda anticapitalista tienen proyectos propios. La fragmentación es el efecto de un proyecto nacido para oponerse, más que para construir. Podemos tiene varios frentes abiertos: definir cuál es su proyecto de sociedad, discernir si pone su atención en la calle o en las instituciones, organizarse para ser realmente operativos, y sobre todo, superar el lenguaje del rencor. Mientras tanto, sus representantes deberían interiorizar normas mínimas de convivencia y fraternidad parlamentaria, dejar de usar lenguajes inquisitoriales y olvidar los discursos frentistas. Mientras la cordialidad siempre suma, la antipatía siempre resta.