España envejece

El último informe del INE sobre demografía en España es desolador. La pirámide poblacional hace tiempo que dejó de ser tal pirámide y se viene estrechando peligrosamente por abajo desde hace una década. En este tiempo, desde 2013, España ha perdido casi un millón de niños menores de diez años.

La situación es tanto más preocupante en cuanto que se ha producido en un contexto de crecimiento demográfico. En los últimos diez años, España ha aumentado su población en un millón setecientas mil personas. Los datos recién publicados nos sitúan ya por encima de los 48 millones trescientos mil habitantes.

La alerta roja que suele encenderse en los análisis habituales de este tipo de inviernos demográficos tan peculiares se centra en la cuestión de la sostenibilidad del estado del bienestar. Y hay razones para fijarse en ello, aunque haríamos mal en centrarnos solo en esta cuestión. Es verdad que debe preocuparnos quiénes van a sostener las cotizaciones sociales que garanticen las pensiones, pero el fenómeno es mucho más complejo y poliédrico. Mientras los nativos disminuyen, los inmigrantes aumentan.

En el caso de España con predominio de Colombia, Marruecos y Venezuela. Tenemos por delante todo un desafío para convertir en oportunidad lo que podríamos ver solo como un problema. Y, en cualquier caso, la cuestión de los principios es la que debe prevalecer. El otro es siempre un bien y, por contra, debemos tener claro, sin alarmismos estériles pero siendo plenamente conscientes de ello, que una sociedad sin hijos está condenada a ser una sociedad sin futuro.