Línea Editorial: "Una comunidad de peregrinos"
"Como ha dicho Francisco, con toda claridad, no cabe ninguna relación entre credo y violencia, entre sacralidad e imposición, entre camino religioso y sectarismo"
Madrid - Publicado el - Actualizado
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El Papa Francisco ha concluido este domingo su viaje por tierras de Mongolia con un encuentro interreligioso y una celebración eucarística en los que ha recordado la necesidad de elevar la mirada hacia lo alto para encontrar la ruta del camino en la tierra. Asia es, en este sentido, un continente que tiene mucho que ofrecer y, en particular, Mongolia en la medida en que, como ha señalado el Papa, puede ser su corazón, lugar de custodia de un gran patrimonio de sabiduría.
La búsqueda es común y así quiere manifestarlo la Iglesia con su empeño en el encuentro interreligioso y en el diálogo ecuménico, convencida de que, aunque el camino que quede por recorrer sea todavía mucho, son ya muchos los signos visibles de esperanza. Una esperanza que tiene que ver también con la espera; con una espera que es posible y que, como ha subrayado Francisco con la imagen hermosa de la tierra y el árbol, empieza oculta bajo la tierra en una semilla pequeña. Es común la sed que nos habita y la propuesta cristiana del amor la que apaga esa sed; un amor que abraza la cruz de Cristo, que experimenta que, cuanto más se entrega y cuanto más lo hace en condiciones más difíciles, más vuelve a cada uno de nosotros, sobrepasándonos y dándonos el ciento por uno.
El amor, que se hace visible en encuentros de tanta riqueza como los que ha tenido el Papa en Mongolia, es también un amor exigente. Como ha dicho Francisco, con toda claridad, no cabe ninguna relación entre credo y violencia, entre sacralidad e imposición, entre camino religioso y sectarismo; palabras que han resonado con un eco especial en Mongolia, donde de manera emocionante, cincuenta católicos chinos han desafiado la prohibición del Gobierno y se han encontrado con el sucesor de Pedro, en un viaje apostólico en el que Francisco ha querido, una vez más, ser pontífice, es decir, puente, y puente de paz en un tiempo en el que no acaban de callar los tambores de guerra.