Madrid - Publicado el - Actualizado
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La visita del Papa a la isla de Lesbos debería suponer un aldabonazo a la conciencia de los europeos. El acuerdo con Turquía ha convertido el campo de refugiados de Moria en un centro de retención, donde quienes escaparon de la guerra permanecen retenidos a la espera de una posible deportación. Francisco puso ayer rostro a estas personas y dio voz a su desesperación, sin dejar de alentar a Europa a reaccionar. Sería suicida no hacerlo. Los 27 creyeron que, a golpe de talonario, podrían sellar la ruta del Egeo y evitar que su incapacidad de llegar a un acuerdo sobre un reparto de los refugiados hiciera saltar definitivamente por los aires el tratado de libre circulación de personas.A las pocas semanas se comprueba, sin embargo, que no cesan las tensiones entre socios comunitarios por los controles de fronteras, mientras se perfilan nuevas crisis en el horizonte. En Libia hay unas 100.000 personas esperando a cruzar a Italia y si la Unión no es capaz de solucionar este tipo de emergencias de forma conjunta y respetuosa con el derecho internacional, su propia existencia se va a ver pronto cuestionada. De ahí la necesidad de que Europa busque respuestas en su tradición humanitaria y espiritual, como pidió el Papa en el Parlamento Europeo. Ayer volvió a hacerlo de la mano de la Iglesia ortodoxa, representada por el Patriarca de Constantinopla y el arzobispo de Atenas. Al ecumenismo de sangre, que hermana a cristianos de todas las confesiones en diversos conflictos de Oriente Próximo, se suma ahora el ecumenismo de la caridad.