Repaso a un viaje histórico

La huella del Papa en Albania

Un viaje de once horas, ida y vuelta en el día, que el papa comenzó con algunas décimas de fiebre y terminó exultante. Cansado, pero feliz de haber descubierto a un pueblo para él desconocido hasta hace apenas dos meses. Conmovido y edificado por lo que vio y oyó en Tirana.

El Papa Francisco en el vuelo de vuelta. FOTO (Paloma García Ovejero).

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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A bordo del avión de ida  -una hora y media de trayecto- no saludó esta vez a los periodistas pero sí hizo una breve declaración.

Nada más aterrizar en el aeropuerto internacional Madre Teresa, en la capital, se fue directo al palacio presidencial, donde tuvo lugar su primer discurso, ante las autoridades del país. Ya quedó claro cuál iba a ser el mensaje del día: no a la violencia en nombre de Dios.

Después, la misa dominical en la plaza Madre Teresa ante cientos de miles de albaneses. En la homilía se refirió explícitamente a las “decenas de años de sufrimiento y durísimas persecuciones contra católicos, ortodoxos y musulmanes” en esta tierra de mártires.

Y en el Angelus, ya pasada la lluvia que aguó toda la ceremonia, el papa se dirigió a los jóvenes: vosotros sois la nueva generación de Albania. Sabed decir no.

Para todos sus desplazamientos en Tirana, el papa utilizó un papamóvil descubierto, haciendo caso omiso de los que aventaban amenazas. Así llegó también, atravesando multitudes, a la universidad católica Nuestra Señora del Buen Consejo, donde tenía a las 4 de la tarde la cita más importante del día: el encuentro con los líderes de todas las religiones  que conviven en Albania. “Os saludo con profundo respeto a cada uno de vosotros y a vuestras comunidades”.

En Albania hay seis grupos religiosos: musulmanes (de mayoría sunita), bektashi (una confraternidad islámica que tiene que ver con el sufismo y con los chiítas, pero que existe solo en Albania y algo en Turquía), católicos (un 16% aproximadamente), ortodoxos (porcentaje similar a los católicos), una pequeña comunidad evangélica y un pequeño grupo de judíos. A todos ellos les quiso dar el mismo mensaje.

A continuación, en la catedral de Tirana, llegó el momento más conmovedor del viaje. Vimos al papa llorar, tras escuchar el testimonio de dos supervivientes del comunismo: un sacerdote y una monja, mártires los dos.

Y como colofón, la cita con la caridad, los niños y los discapacitados. En este caso, el papa había elegido el Centro Betania, una especie de granja llena de casas de acogida para menores abandonados, con una pequeña iglesia dedicada a San Antonio.

De nuevo, directo al aeropuerto y sin ceremonias de despedida. Pero cuando subió al avión el papa parecía totalmente repuesto de su resfriado y tenía aún más energía que cansancio. No había tiempo para rueda de prensa, pero sí para contestar a tres preguntas, formuladas por las tres televisiones albanesas que acompañaban en esta ocasión a los medios habituales. Les dijo lo mejor que podían esperar: “Albania es Europa. Este es el mensaje que he querido dar”.

Pero aún pudimos hacerle tres preguntas improvisadas y sin micrófono los que estábamos más cerca. Queríamos saber qué es lo que le había provocado las lágrimas en la catedral. Dijo esto.

Y nos contó también que en su próximo viaje a Estrasburgo –el 25 de noviembre- no solo irá al Parlamento sino también al Consejo Europeo. Lo que no quiso responder fue lo relacionado con el próximo sínodo. “Mañana se tiene que hablar de Albania y no de otra cosa, se lo merecen”.

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