El Tribunal Supremo de Alemania sienta jurisprudencia sobre la lingüística de género
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Se llama Marliese Krämer, tiene 80 años y estaba indignada con su banco porque, en la correspondencia y los pertinentes avisos de factura, leía frases como “el cliente Krämer tiene la obligación de…”. Tan indignada que acudió a los tribunales en busca de auxilio de género, exigiendo que el banco se refiriese a ella como “la clienta”, en femenino. Y el asunto ha ido pasando de instancia en instancia hasta llegar al Supremo alemán, que en sentencia definitiva ha dado la razón al banco. “El término genérico cliente incluye a las mujeres, por lo que no las discrimina”, deja zanjado un texto que sienta jurisprudencia en Alemania a muy alto nivel, aunque Krämer ya ha avanzado que recurrirá al Constitucional.
El Supremo alemán (BGH), con sede en Karlsruhe aclara en su sentencia que el legítimo derecho constitucional a ser reconocida como mujer no consiste en modificaciones del diccionario de ese tipo. “El tratamiento de 'cliente' para mujeres no interfiere en el derecho de las personas ni tampoco constituye un ataque contra el principio de igualdad", reza el fallo del BGH.
Su cruzada personal por la igualdad en el lenguaje comenzó hace mucho tiempo, cuando su nombre Marlise comenzó a ser injustificadamente abreviado en documentos administrativos como Marlis, si la e final que es el sufijo característico del género femenino en la lengua alemana. Después de eso, lo uno llevó a lo otro. En 1990, cuando quería renovar su pasaporte, se encontró ante un formulario oficial en el que leyó: “El titular de este pasaporte declara…”. Y en lugar de rellenarlo, renunció a obtener ese documento y comenzó a recoger firmas. En 1996, el Consejo Federal, tras la necesaria negociación con las autoridades europeas, accedió a que se le enviase un formulario en el que podía finalmente leer “la titulara”.
Esta anciana de El Sarre ganó otra importante batalla, luchada también desde la mesa camilla de su cocina, cuando eliminó residuos machistas en la meteorología y consiguió que las tormentas y huracanes no recibiesen solamente nombres femeninos, asociando así este género, indirectamente, a las turbulencias. Pero su lucha parece haber tocado techo, según se desprende de la argumentación de una sentencia que “ilustra la perversión del debate social”. En favor de la entrañable Krämer, que redacta sus insistentes cartas a la administración alemana mientras hornea las galletas, figura su propia biografía. A pesar de sus buenas notas, su padre no permitió que estudiase bachillerato y la puso a trabajar en una tienda. Su marido falleció en 1972 y se vio sola con cuatro hijos, a los que mantuvo con trabajos de camarera, limpiadora, lavaplatos… Solo con sus vástagos ya independizados, retomó los estudios y se matriculó en la Facultad de Sociología, inspirada por Rosa Luxemburg.
En 1997, la revista femenina Emma la puso en portada como “heroína del día a día” y así ha seguido en la brecha hasta que el Supremo ha dicho basta. La semana pasada, en el Día de la Mujer, la canciller Merkel dijo que “la lucha por la igualdad de derechos para las mujeres debe continuar”, pero los tribunales parecen indicar que no precisamente por esa vía.