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Lo que el alzhéimer me ha dado

¿Una contradicción, teniendo en cuenta lo cruel que es esta enfermedad? ¿Una locura olvidar todo el sufrimiento que la palabra alzhéimer lleva implícito?

Foto @RaquelPerezPolo

Raquel Pérez Polo

Madrid - Publicado el - Actualizado

3 min lectura

Tener la enfermedad de Alzheimer es estar condenado a muchas cosas, a olvidar tu presente y recordar con bruma el pasado. A olvidar tantas cosas y tan importantes como pensar o reconocer a quien tienes enfrente: comer, beber, caminar, asearse..., pero hay algo que no se olvida, invada lo que invada tu cerebro, sonreír y amar.

Quizá, el enfermo, no sepa ya como te llamas, incluso ha olvidado si eres su mujer/su marido, su hijo/hija, quizá ve en tu rostro a su madre, a una de sus hermanas, pero hay un resorte en esa masa gris infectada de olvido que conoce tu cara, busca su presente clavando la mirada en tus ojos y reconoce tu voz. Esa voz que le calma, le sosiega, le ayuda a seguir postrado en la cama.

Mi padre tuvo alzhéimer muchos años (todo comenzó siendo muy joven, tan joven como es alguien de 65 años en nuestro agitado mundo), los últimos cinco le postraron en cama. Fue un paciente maravilloso pese a sus condiciones, su situación neurológica, sus dependencias absolutas. Mi madre se negó siempre a llevarle a un centro especializado, se empeñó en que nosotras podíamos hacerlo y ahora, echando la mirada atrás, ¡qué acierto! Porque mantenerle entre algodones nos permitió disfrutar de su compañía más tiempo. Y las pasó canutas en más de una ocasión; la última un verano (de cuya fecha no quiero acordarme), en el que fue encadenando -durante más de dos meses-, cuatro infecciones a cada cual peor que nos mantuvieron en la que podríamos considerar nuestra segunda residencia, el Hospital General Nuestra Señora del Prado de Talavera.

Siempre fue un salmón (por aquello de nadar contra corriente y conseguir llegar a su destino para descansar en el fondo del océano), después de aquello era un inmortal ( uno de esos "humanos" que inmortalizó el cine en 'Highlander').

Entonces, ¿qué me ha dado el alzhéimer? Pues me dio un padre que lo entendía todo, que te agradecía todo, que te sonría por todo. La inocencia que devuelve el alzhéimer hace descubrir lo bueno que tiene la vida, esos pequeños detalles de cada día y en cada momento; te lo agradecía todo porque le cuidabas, le cantabas, veías con él la tele, le cambiabas el pañal, le limpiabas las babillas, le lavabas, le cortabas las uñas (y era difícil porque el alzhéimer conlleva también otras atrofias); no se cansaba aunque le preguntaras mil veces las mismas cosas -reíamos cómplices cuando veíamos venir a la madre con la intención de hacer el examen diario de cómo te llamas o yo quién soy). En definitiva, le ayudabas a seguir vivo; te sonría por todo porque no le ocurría nada que le haciera enfadar, nada le hacía perder la bondad ni le irritaba porque su vida tenía más de bueno que todo lo complicada que era la nuestra.

Y entonces, ¿qué me ha dado el alzhéimer? Me ha dado conocimientos, si me dejas hasta te pongo una inyección; me ha enseñado que con remilgos no se llega a ninguna parte, que hay que hacerse como niños para entrar en el cielo de un adulto; me ha enseñado que una enfermedad no es el fin, es el medio para seguir amando a quien hace ya mucho, mucho tiempo, decidió unir su destino a mi madre y darnos la vida.

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