El cantar del mio Cid ante tus ojos por primera vez en 600 años
El manuscrito del siglo XIV se expone con motivo del 150 aniversario del nacimiento de Ramón Menéndez Pidal su mayor estudioso
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La antesala de Salón general de la Biblioteca Nacional se desvanece cuando los ojos se fijan en el pequeño libro encuadernado en piel de apenas 20 por 15 centímetros en el centro de la estancia.
La imaginación dibuja al escriba encorvado con la pluma en la mano rasgando despacio el pergamino. 600 años de avatares nos contemplan desde la vitrina especial que guarda el códice a temperatura y humedad controladas: la modernidad le ha instalado un sistema que avisa al conservador si los valores se desvían. Día y noche. Se ha reproducido las condiciones de la cámara acorazada en la que conversa desde 1.960 con la primera edición de El Quijote, el libro de horas de Carlos V, los Códices de Madrid de Leonardo da Vinci o el poema medieval “María y Helena”, un texto corto que los juglares llevaban en su zurrón que el Biblioteca Nacional compró a la familia de Alba y que también podremos ver en esta muestra.
Está bien conservado, a pesar de que sus estudiosos vertieron ácido en algunas de sus páginas para reavivar la tinta, lo que ha oscurecido algunas de sus páginas dificultando su lectura. Son 74 páginas de pergamino escritas en letra gótica y fácil de leer. Faltan cuatro pero eso no ha impedido su reescritura, “gracias a la prosa de las crónicas”, nos cuenta el comisario de la exposición Enrique Jerez, “porque los cronistas medievales desde Alfonso X en adelante utilizaron estos cantares de gesta que difundían los juglares para incorporar a sus crónicas, y lo hacían tan bien que hasta usaron verso ligado” Los ojos paganos del siglo XXI contemplan por primera vez el acta de nacimiento de la literatura española, el primer cantar de gesta que de editó en Europa.
Imposible abstraerse a la intensa vida de este incunable, copia anónima de una copia firmada un siglo antes por Per Abat y que está desaparecida. En en concejo de Vivar estuvo y de ahí paso al convento de las Clarisas . El poderoso intelectual y político del siglo XVIII Eugenio Llaguno se lo llevó para copiarlo convirtiéndolo en el primer cantar de Gesta publicado en Europa, pero no lo devolvió a las monjas de Vivar.
En el siglo XIX pasó a manos de Pascual de Gayangos y en la segunda mitad de este siglo el primer marqués de Pidal, Pedro José se convirtió en su custorio. Conventos, palacios y eruditos guardaron la preciada pieza que milagrosamente está en nuestro país, un cheque en blanco que el Museo Británico ofreció a De Gayangos estuvo a punto de dejarnos sin él, ante la pasividad del gobierno español que no vio interés en el códice.
Los Pidal recibieron dos de la Hispanis Society, en 1.939 que a punto estuvieron de doblar voluntades, pero el tesón de la familia consiguió que no saliera de nuestro país. Solo en dos ocasiones, que se conozca, el Códice de Vivar salió de España: en el siglo XIX viajó a Boston para ser estudiado por el hispanista George Ticknor, y durante la guerra Civil española estuvo en Ginebra con otros tesoros nacionales. Avatares de la historia, la Fundación Juan March lo compró a la familia Pidal, por 10 millones de pesetas, que hoy serían 2,2 millones de euros. Las tasaciones más bajas lo valoran en 20 millones de euros. Hoy, gracias a Dios es de todos.