Crecen los intentos de suicidio de adolescentes en España: 5.200 tenían ideas suicidas el último año

Las claves para volver a "engancharles a la vida"

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Crecen los intentos de suicidio de adolescentes en España: 5.200 tenían ideas suicidas el último año

Sefi García

Publicado el - Actualizado

6 min lectura

5.200 niños y adolescentes intentaron o idearon la forma de suicidarse en nuestro país. De ellos, casi 1.300 ya habían iniciado el proceso de quitarse la vida. Son solo los que pidieron ayuda a través del teléfono de ANAR, y suponen un 2.000% más que hace 10 años. La desnaturalización de las relaciones sociales de estos menores están detrás de la mayoría de esta dura realidad.

Los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística indican que en 2.022 se suicidaron 75 personas entre los 15 y los 19 años, casi el doble que el año anterior. Entre los menores de 14 años, fueron 12 los que acabaron con su propia vida.

Los profesionales se han puesto manos a la obra para buscar razones, prevenir y ayudar a estos menores a superar las circunstancias que les llevan a tomar decisiones tan drásticas como intentar o pensar en el suicidio o autolesionarse. Son los gritos con los que nos advierten de su sufrimiento.

La sociedad líquida

La falta de sentido de pertenencia, la falta de sentido de la compaña, de los apegos que mantienen en sus relaciones, una fuerte pérdida de sentido del acompañamiento desde la infancia y desde la adolescencia. Son mayoritariamente las razones que señala Luis Fernando López, coordinador técnico del proyecto 'Hablemos de suicidio' del Colegio de psicólogos de Madrid, para explicar esta preocupante y creciente realidad.

Es consecuencia de la “sociedad líquida a la que pertenecemos, nos dice. Esto unido a la cultura de la inmediatez, la dictadura del like, del edonismo de las imágenes y “la falta de soportes adecuados y de medidas de contención desde el punto de vista educativo, social y comunitario para acompañar los vaivenes en los procesos de maduración que necesitan los adolescentes en esta sociedad”. Asegura el psicólogo que lo que está ocurriendo “necesita una reflexión profunda para saber desde dónde y cómo estamos acompañando en los momentos de vulnerabilidad a nuestros adolescentes”.

La desnaturalización del contacto

El especialista nos cuenta que estos niños y adolescentes que se autolesionan o piensan en el suicidio, llegan a las consultas cargados de dolor y desesperanza "y con la desconexión que en la mayoría de las ocasiones tienen que ver con los vínculos, con las relaciones, es decir, cómo viven, cómo experimentan las relaciones que viven con otras personas y con sus pares de iguales. Esta desnaturalización del contacto saludable, desde la ternura, desde este acompañamiento-añade López- se refleja a veces en los límites de la piel mediante las heridas, las autolesiones o en las ideaciones de suicidio, son conductas de riesgo que tienen que ver con una expresión del dolor, del sufrimiento interno emocional y psicológico de las experiencias que viven”.

Suicidio

Para los expertos el problema no es la autolesión y el suicidio, son las consecuencias “de los problemas sobre los que tememos que trabajar y la mayoría son la falta de habilidades sociales, problemas interpersonales, la falta de apoyo y de la educación necesaria en el entorno académico, la falta de pautas y educación a las familias sobre la vulnerabilidad-añade el psicólogo- falta sobre todo tiempo suficiente para acompañar a los adolescentes en los periodos de maduración que necesitan”.

La conducta autolítica se trabaja desde muchos ámbitos, pero ese trabajo “debe llegar antes de que los adolescentes lleguen a una consulta”.

El shock emocional en las familias cuando ocurre algo así es de muchísima intensidad. “Lo viven con auténtico terror, con mucho miedo sobre todo por no saber por la falta de comunicación, de pautas y herramientas concretas de cómo poder manejar, acompañar y sobre todo como poder sostener esta situación fuera de los entornos profesionales-cuenta Luis Fernando López- es decir, qué poder hacer y qué es lo que no deben hacer cuando regresan a casa con ese hijo en esa situación de vulnerabilidad”.

Los profesionales buscan la mejor forma de hacer llegar a esas familias la información que necesitan de un modo práctico, de un modo manejable para que sepan qué tienen que hacer y conozcan los recursos y los medios de apoyo a los que tienen acceso cuando las conductas necesitan de un abordaje profesional.

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Las señales de alarma

Las hay de tipo verbal y de tipo conductual, nos recuerda el psicólogo. “Hay un deterioro del rendimiento académico, una tendencia al aislamiento, problemas de sueño, problemas en el ámbito alimentario, abandono de la imagen personal, pérdida de contacto con sus pares de iguales, aumento o una disminución muy acusada del uso de las redes sociales... Apatía, dejan de tener interés por las cosas que antes le interesaban, despego de las personas con las que antes disfrutaban. En definitiva, “nos encontramos un adolescente, a un niño o una niña que no sonríe”.

Dentro de las dificultades que comporta la adolescencia, estar atentos a estas señales tempranas uede ayudar y mucho a los profesionales a prevenir conductas “a disminuir la prevalencia de este tipo de situaciones y poder manejar en el futuro hábitos más saludables para poder reconectar a los adolescentes al círculo de la vida y evitar alejarles de situaciones de vulnerabilidad”.

La asistencia por parte de profesionales está a disposición de menores y familias. En Anar les escuchan, les siguen y les derivan si es necesario a profesionales de la salud para curar esas heridas emocionales que han provocado el grito de socorro.

Los recursos

ANAR dispone de líneas de ayuda para menores de edad (900 20 20 10 y chat.anar.org) y para familias y centros escolares (600 50 51 52 y chat.anar.org). Hay planes de prevención de diversas instituciones y colegios profesionales, como el de psicólogos de Madrid, con pautas y formación para familias y para la comunidad educativa.

En las líneas de ANARr atendieron el año pasado a 5.200 niños y adolescentes que pidieron ayuda a sus profesionales por ideación suicida o intento. De ellos, casi 1.300 ya habían iniciado el proceso de quitarse la vida. Las cifras son un 2.000% más que hace 10 años.

A las razones que apunta el psicólogo, Diana Díaz, responsable en ANAR del las líneas de ayuda, añade el acceso a todo un mundo desde los dispositivos. “no sabemos lo que está pasando al otro lado del dispositivo, qué ue influencias están entrando, con quién están contactando, y al final eso va a repercutir en todos los niveles, por eso siempre pedimos que estéis muy atentos”. A veces esos niños, esos adolescentes, están a nuestro lado en el sofá de casa, pero somos incapaces de saber qué están viendo o escuchando en el teléfono móvil y “ninguno de esos contenidos son neutros y les va a dejar indiferentes, todos les van a dejar una huella al final y te repiten, te repiten pueden llegar a generar una toma de conciencia muy inadecuada de lo que es peligroso y no lo están identificando, lo están normalizando”.

Si notamos algún cambio sospechoso en el comportamiento de nuestros hijos e hijas, si intentan un suicidio, si se autolesionan, tenemos que echar mano de la comprensión, del acompañamiento “no regañar nunca” y “que tengan ese mensaje de 'estamos aquí, vamos a ver qué podemos hacer, te vamos a ayudar y nos ponemos en manos de profesionales y nos ponemos en marcha inmediatamente'. Pero desde la contención y el cariño. Eso siempre es clave”.

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