La historia del polígrafo: Una máquina utilizada para "detectar las mentiras" que ha generado controversia

El polígrafo registra cambios fisiológicos asociados a la actividad cognitiva de la mentira. No obstante, no todos los expertos están de acuerdo con su grado de fiabilidad

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

3 min lectura

La psicología del testimonio se trata de un área del conocimiento que analiza cómo los testigos perciben, retienen y recuperan información sobre un suceso delictivo o una persona. Este tipo de psicología tuvo un inicio muy exitoso, hasta que cayó en una época menos gloriosa durante la década de 1930. Si bien no dejaron de realizarse investigaciones en este campo, tomaron mayor importancia cuestiones relacionadas con esta psicología, como los servicios de inteligencia y el asunto de la “detección de la mentira”. Pero sobre este tema no se puede hablar sin mencionar el nombre de un personaje muy relevante: William Moulton Marston.

Aunque se matriculó en la Universidad para ser maestro, acudió a unas charlas de un psicólogo germano estadounidense, Hugo Münsterberg. Le inspiraron tanto que se matriculó en el doctorado en Psicología, preparando su tesis sobre la relación entre los niveles de presión arterial de los sujetos y la insinceridad. Sentó así las bases para el nacimiento del polígrafo. En la década de 1890, la Universidad de Harvard había adquirido uno de los primeros aparatos de registro fisiológico del mercado. Münsterberg lo utilizó para establecer correlaciones entre las medidas registradas y la veracidad de los testimonios de los sujetos durante el proceso. Se estableció la idea de que existía un rastro fisiológico directo y observable de la mentira.

¿Se puede "medir" la sinceridad?

Por este motivo, Münsterberg abogó porque se usase en el área de la justicia. Hoy en día, los expertos explican que estaba equivocado. Debido a que no existe un único patrón de respuesta fisiológica asociado a la mentira, del mismo modo que no se puede asegurar que una alteración fisiológica pueda vincularse de manera fidedigna a la mentira o a cualquier otra emoción paralela. Fue Marston quien hizo físico el pensamiento de Münsterberg. Quiso probar su invento en un juicio, declarando que el acusado era inocente. Sin embargo, se le negó a Marston la posibilidad de testificar, pues “invadía el terreno del jurado”, cuya prerrogativa era precisamente la demedir” la sinceridad del acusado.

En este momento, se traspasó su uso a los interrogatorios policiales en Estados Unidos, donde se recogió la idea para comenzar el desarrollo de un aparato denominado como “detector de mentiras”. Pero, en realidad, el registro poligráfico no “detectaba mentiras” como tal. Teóricamente, registraba cambios fisiológicos asociados a la actividad cognitiva de la insinceridad. El problema estaba en que la persona sometida a la prueba (aunque fuese sincera), podía experimentar reacciones fisiológicas consideradas como “sospechosas” que no se podían discriminar.

Falta de consenso

El debate entre expertos ha sido constante a la hora de verificar la eficacia de este tipo de aparatos, que se introdujeron en la cultura popular enormemente. No obstante, su rigor científico siempre ha estado en entredicho. Los partidarios del polígrafo defienden fehacientemente que su tasa de acierto supera el 90%. Otros investigadores, más objetivos (siendo conscientes de que no está demostrado que la mentira tenga un registro fisiológico propio) calculan su fiabilidad entre el 64% y el 85% de casos.

Debido a la falta de consenso sobre su fiabilidad y, pensando en los márgenes de error que pueda proporcionar, muchos sistemas judiciales no permiten su uso. Por ello, ante el descrédito (que ha ido aumentando) de los sistemas de registro psicofisiológico y la facilidad con que ponen en riesgo los derechos fundamentales, la investigación científica orientada a este ámbito se ha estado inclinando cada vez más hacia el campo de la credibilidad del testimonio.

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