Blas Cantó, contra los malos augurios en un festival de Eurovisión que se disputan Italia y Francia

Las casas de apuestas sitúan al representante español en los últimos puestos con la canción "Voy a quedarme". Ucrania e Islandia, las posibles sorpresas

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Javier Escartín

Publicado el - Actualizado

5 min lectura

Hace apenas un año, el estadio Ahoy de Róterdam se convirtió en un hospital improvisado para atender a pacientes con coronavirus y otros con diferentes dolencias que se habían quedado sin cama por la fuerte presión hospitalaria. En aquellos duros días, los respiradores y los aparatos médicos sustituyeron a las cámaras y los focos; las EPIs al vestuario más elegante o provocador; y los médicos, a los cantantes. Eurovisión 2020 debía celebrarse por entonces en ese mismo lugar para coronar a un nuevo sucesor de Duncan Laurence, el ganador de la anterior edición con su canción "Arcade". Pero la pandemia del coronavirus barrió cualquier plan. La música fue apagada por el ruido silencioso de un enemigo invisible e implacable que sembró de miedo y muerte todo un planeta. Y Eurovisión, que durante 64 años se había celebrado de forma ininterrumpida, quedaba cancelado. La fiesta había terminado.

Este sábado, 735 días después de su última edición, el festival de Eurovisión regresa de nuevo. Con el objetivo de devolver alegría y música a un continente aún sacudido por el coronavirus, el certamen quiere convertirse en el primer gran evento europeo que puede celebrarse desde el estallido de la pandemia. Unas 3.500 personas, el 20% de aforo del Ahoy de Róterdam, vivirán en directo la gran final del concurso. Sin mascarilla ni distancia de seguridad, aunque sí con un test de antígenos previo para minimizar los riesgos. El calor de los aplausos y los vítores serán así la melodía ganadora de un concurso donde, por primera vez de verdad, la mera participación ya es un triunfo.

Porque apenas dos meses antes, el gobierno neerlandés y la organización del festival se veían incapaces de garantizar la presencia de los cantantes en la sede del certamen. Todos ellos tuvieron que grabar una actuación previa en sus respectivos países por si finalmente no podían desplazarse hasta Róterdam. Esta noche, sólo el positivo de uno de los representantes islandeses obligará al país nórdico a competir con la grabación de uno de los ensayos. Todos los demás, podrán actuar en directo. Un éxito de la organización, que también ha lidiado en estos últimos días con el positivo de Duncan Laurence – que tampoco podrá estar en la final – y otro entre la delegación polaca.

La cancelación de la edición de 2020 ha hecho que muchos de los artistas presentes en la final de este sábado hayan estado casi dos años esperando su gran momento. Uno de ellos es el español Blas Cantó. El artista murciano, que actuará en el ecuador del bloque de actuaciones – puesto 13 -, ha vivido con un sabor amargo la consecución de un sueño que perseguía desde niño. El fallido festival y la pérdida de dos de sus seres más queridos – su padre y su abuela – han hecho mella en el camino eurovisivo del joven intérprete, que dedica su balada “Voy a quedarme” precisamente a su yaya Joaquina.

El representante español protagonizará una cuidada actuación, cuyas bazas principales son su voz y una sobredimensionada luna de siete metros de diámetro que envolverá al artista en la soledad de un universo mientras él se desnuda emocionalmente expresando el dolor que le ha dejado la pérdida de su abuela. Para subrayar esa ausencia de artificios, Blas arrancará la canción a capella durante 24 segundos y en el clímax del tema mostrará todo su potencial vocal con unos agudos que en los últimos ensayos el español ha superado con solvencia.

Si se cumple con lo esperado, España conseguirá con esta actuación una de las actuaciones más trabajadas de su historia en lo que se refiere a realización e iluminación, con cuidados planos que resaltan la magia de la canción pero no su mensaje. Pero eso se nota en las casas de apuestas, puesto que España arranca la final del certamen en el último puesto. Un mal augurio para un país que lleva desde 2015 sin superar el vigésimo puesto y que no parece recuperarse ni con labrada experiencia de un talentoso artista como Blas Cantó.

Los pronósticos se inclinan más bien por un triunfo de Italia o Francia. La banda de rock Måneskin lidera las casas de apuestas con la canción “Zitti e Buoni”. Tras arrasar en el prestigioso festival de Sanremo, el grupo itsliano se enfrenta a la posibilidad de devolver al rock a lo más alto de Eurovisión tras el único triunfo de los finlandeses Lordi y su “Hard Rock Hallelujah”. Con una estética glam y sofisticada, sus cuatro componentes protagonizan una actuación frenética que culmina con un espectáculo de pirotecnia digna del mejor show eurovisivo. Con Måneskin, Italia acaricia de nuevo el sueño de ganar el festival después de dos segundos puestos tras su retorno en 2011.

Francia es, presumiblemente, su rival a batir. La cantante Barbara Pravi derrocha presencia y carisma al servicio de “Voilá”, una canción con una sublime esencia francesa que rezuma belleza y elegancia. Digna heredera de Edith Piaf, Barbara sobrecoge con una imponente actuación donde pretende dar visibilidad a la violencia de género, que ella misma sufrió en sus propias carnes. Vestida con un corpiño de lencería y un pantalón ceñido, la candidata francesa asume el difícil reto de devolver a Francia al primer puesto en Eurovisión, algo que no consigue desde 1977. Además, sería la primera canción desde el “Ne partez paz sans moi” de Céline Dion (1988) que gana en francés.

Si las casas de apuestas se equivocan, Ucrania, Islandia, Malta y Suiza podrían dar el golpe sorpresa a la competición. La banda ucraniana Go_A ha eclipsado la competición con la apuesta más vanguardista de la edición. “Shum” (“ruido”), un folk electrónico con raíz soviética, se ha convertido en un pequeño fenómeno tras su participación en la primera semifinal dado su carácter ecléctico. Mientras, la banda islandesa Daði og Gagnamagnið hará frente al hándicap de la actuación grabada con una apuesta también electrónica pero inclinada a lo retro y freak donde la estética gamer de los ochenta viste una actuación divertida y accesible a un gran público. El mensaje de empoderamiento de la maltesa Destiny y la sublime “Tout l'universe” del suizo Gjon's Tears completan el ramillete de posibles sorpresas en una noche donde la música, pase lo que pase, se llevará el mejor premio de la noche.

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