FERIA DE LA MAGDALENA
Manzanares, rotundo éxito numérico con escaso relieve artístico en Castellón
El torero alicantino corta tres orejas con un lote superior de Jandilla y Vegahermosa. Morante pasea un trofeo.
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Y de pronto, el sol. La luz. Los chispeantes brillaban por la luz natural. Destellos de alegría en el ruedo y en los tendidos. Después de la tormenta de toreo y emoción de ayer con tres toreros a hombros y un corridón de Domingo Hernández, la calma del desencanto. Parcial.
Morante llevó al caballo al primero con chicuelinas al paso. Luego quitó por verónicas: ampulosas, barrocas, hondas. Justa la dosis. El inició a dos manos fue torerísimo. No límpido, pero con su sello. Y el sello de Morante, además de inconfundible, es un lujo al alcance de nadie. O de “naide”. El “jandilla” tuvo su genio, su picante. Incómodo. No regaló nada. Pareció fácil en las manos del genio de La Puebla. Pero no lo fue. Hubo una serie casi en chiqueros en redondo a cámara lenta. Y un cambio de mano que fue un cuadro. Pinturas.
El cuarto, anovillado, fue deslucido en las telas. Brindó Morante a Ripollés. De artista a artista. El inicio rodilla en tierra fue un primor. El molinete, el cambio de mano, la trinchera. Un surtido. En paralelo a tablas, casi en el patio de cuadrillas, se desarrolló la faena. Irregular. A menos por el toro. Todo lo hizo y lo puso Morante, que a cualquier toro vulgar lo inmortaliza con escenas memorables. Los genios y sus cosas.
El primero de Manzanares derribó al picador y salió de najas. A su aire. Arreones, oleadas. Pero se centró el toro. Excelente por el pitón derecho. Se comía los vuelos de la muleta del alicantino. Codicioso, repetidor, encelado. No todo el toro que mansea es manso, me dijo un día Federico Arnás, maestro de periodistas. Y el toro de Borja Domecq Noguera no lo fue. Hubo una serie en la que el “jandilla” repitió incansable, a más. A mucho más. Por el izquierdo apenas se vio. Si es que alguien lo vio… Ovacionado en el arrastre el toro, que se fue brindando un triunfo mayúsculo. Oreja para Manzanares. La espada, fulminante, que tapa bocas pero no tapa el análisis. Toro de dos orejas en Castellón. Y en Sevilla.
El quinto llevaba en el anca el hierro de Vegahermosa. Humilló tela ante el capote de Manzanares. Se comía el percal, excelente fijeza, la cara colocada. Y en la muleta. El hocico por la arena. Superior el toro, notable su clase. En la tercera serie no había roto la faena. Altibajos. No acabó de romper, y si rompió fue en la última. Pero a la obra le faltó ajuste, rotundidad, intensidad. Una estocada fue el preámbulo de las dos orejas. El lote del alicantino, superior la bravura y la clase del quinto, fue de escándalo. La espada nos tapa la boca a unos pocos. Y, sin embargo, tres orejas y a hombros. Lo estadístico y lo artístico…
Juan Ortega, debutante en Castellón, hizo un quite sutil por mandiles. Escueto, pero elegante. Medido. Escaso. Sin redondear nada, Ortega esbozó pasajes redondos. Momentos aislados, inconexos. El prólogo genuflexo fue elegante: sentido. Sin acoplarse ni estar a gusto, dejó pinceladas de sutilidad y gusto superior. Pero eso se nos antoja insuficiente.
Con el castaño sexto, Ortega no halló el sitio, ni los tiempos. Ni se acopló. Extraña imagen de fragilidad. Quizá aumentada por la sensación agridulce de saber lo que nos perdemos: un toreo grandioso.
Castellón, domingo 27 de marzo de 2022. Última de Feria. Tres cuartos de plaza.
Cinco toros de Jandilla y uno de Vegahermosa (5º), de dispar morfología y aceptable juego. Incómodo el primero, extraordinario el pitón derecho del segundo, deslucido el tercero, parado el cuarto, excelente por clase y fijeza el quinto, ovacionado en el arrastre, vulgar el sexto.
Morante de la Puebla, ovación tras petición y oreja.
José María Manzanares, oreja y dos orejas.
Juan Ortega, silencio tras aviso y silencio.